Pronto llega el punto en que uno observa que
no basta escribir con claridad, que no basta llanamente ceñirse a la sintaxis,
caer en las muy pocas frases con las que ya se ha dicho todo. El lenguaje es
lugar común, a excepción quizá de quienes saben de poesía, que lo vuelven
no-lugar y por ello les estoy agradecido. Pero qué pasa con estas letras
quietas, perpetradas en esta reproductibilidad electrónica que no es demasiado
distinta a su versión impresa, la inalterabilidad de esto que se fija para
siempre como bit, como píxel, como luz. Desde el momento en que escribí luz, ya no puse cualquiera otra
de las palabras que existen, y que pudo incluso encajar muy mal, pero que
habría dado una noción mucho más veraz de lo pluridimensional del pensamiento,
que por escrito se vuelve mero fotograma de una película que no veremos jamás,
porque no hay tal cosa como un proyector del mundo interno. Y si existiera lo
que faltaría sería tal vez una pantalla adecuada. Tendríamos una pantalla
parcial, un trozo de esa pantalla empieza aquí mismo. Otro esté tal vez en el
platillo precario que improvisaré para la cena. Uno más en lo que creo ver
entre sombras al fondo de la calle, que me aguarda pero seguiré eludiendo.
En todas las
sucesivas encrucijadas que tomé para llegar a conformar este enunciado en la
forma que aquí lo entrego… ¿cuántas palabras se perdieron? ¿Cuántos enunciados
no serán ya dichos nunca? No sé si me pueda bastar esta ansiedad como elemento
axial de todos los textos que llegaré a hacer en la vida, si podré resignarme
para siempre a que esto es todo: mi límite personal, lo finito del idioma, y
más allá tal vez el vacío. O quizá no, pero no puedo imaginar algo que esté
fuera de este continente y que no sea lo imaginable, lo ya intuido desde las
palabras y las cosas. Todo lo que he visto o puedo suponer si así lo quiero
desde la lógica minúscula del conocimiento humano es lo único que encontraré. Puedo
imaginar cualquier objeto ahora mismo, sacarlo de la nada. Puedo devolverlo a
la nada de la que vino. Todo existe o se esfuma intermitentemente, todo es
inestable y cede.
Altivamente se
acepta la creencia de saber lo que quiere decirse. Claro que se sabe: es la
idea en su estado original, el pensamiento como entidad contraria a cualquier
estado: el estado cuyo horizonte de aniquilación es nada menos que el terreno
en que intenta enunciarse. Diría cierto pensador, un círculo cuyo centro está en
cualquier sitio y su circunferencia en ninguno. Acepto únicamente lo
relativo de estas mismas letras, de estos mismos enunciados que se yerguen
temerosos y que no acaban por cuajar en nada. Acepto que escribir es traición:
no le hago justicia al sentimiento que antecedía a este texto. Escribir es
escoger un camino, uno solo entre todos. No escribir es el absoluto. No
escribir es dejar que todo exista. En cuanto toca cualquier superficie, la idea
se pierde para siempre, adoptando una, la única forma cristalizada por la que
el mundo le conocerá. Qué desperdicio.
In girum imus nocte et consumimur igni
ResponderBorrar"No escribir es dejar que todo exista." Admirable. Y escribir es añadir a esa existencia una criatura nueva, a veces. Le quedo agradecido y volveré por aquí.
ResponderBorrarMás agradecido quedo yo, y honrado por la visita de un creador de estas verdaderas nuevas criaturas, las suyas sí admirables.
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