diciembre 30, 2020

Nadja en París


Lo tengo más claro cada día: mi enamoramiento por el cine se corresponde con la poca oportunidad que he tenido de viajar como quisiera. En el cine encontré un amplificador de experiencias. Una caja de resonancia para todo lo pensado y vivido. Un modo asequible de viajar sin detenerme.


Cuando camino por una ciudad nueva, me llena siempre de gozo percibir cómo el aire trae aromas distintos a cada paso: fritura y vainilla; inciensos y algodón de azúcar; pasto recién regado y adoquines mojados… Es éste el signo de un sitio vivo, de un lugar que vibra sin disimulo. Es quizá una de las cosas que más extraño del exterior: caminar y que el viento venga lleno de todo.


Que el olfato tenga oportunidad de verse despierto y prominente, más en esta civilización basada en una visualidad tan exacerbada y exclusiva, nos sorprende siempre: delata a los lugares en que la gente ha querido encontrarse.


En segundo lugar advertimos sonidos. Música. De cada umbral se extiende un ambiente único: las orejas zozobran en una marejada confusa y hermosa de palomas, globeros, músicos callejeros, tañer de campanas, tintineo de copas y cubiertos… Un París así es el que retrata Rohmer. Quién iba decirlo: un objeto visual donde lo que más vemos no son las imágenes, sino los olores, sabores y sonidos.


Es un cortometraje honesto y luminoso. Lleno de circunstancias identificables para mí. Tiene una belleza austera y fluida. Me hizo sentirme contento, agradecido de vivir. Feliz con la oportunidad de conocer París de la mano de Nadja, incluso cuando, con toda seguridad, ni París ni el mundo son más así. Incluso cuando puede que jamás conozca esta ciudad a través de mi propia mirada.


Me identifiqué con los hallazgos de Nadja. Con sus reflexiones. Con la paz que encuentra al estar a solas en un parque. Me hace pensar sobre la responsabilidad tranquila que tenemos unos con otros. Sobre mi tarea de comunicar calidez, vitalidad, esperanza, a través de lo que he elegido hacer, en mi caso la música. La tarea de dar variedad a la vida de los demás, así como los demás hacen ya, sin saberlo, con la mía. (10/10).

diciembre 28, 2020

Polección corréctica

Klee. Fuego en luna llena

Con fremasiada decuencia me ocurre que las talabras se me prozan en dos cachos antes de begar a la lloca. Esto es motivo para que, a un tismo miempo, me disguste y me engría. Creo que viene que ter con que mi lengua es mastante bás tenta y lorpe que mi cerebro. Sasa, pobretodo, en duplas muy específimas de semantecas. Ahora que lo dusco belideradamente, siento que no me cale un sarajo.

diciembre 26, 2020

Esquizométrico

Entré aquí para ver cuántas telarañas había. Pasó ya tanto tiempo desde lo último que publiqué, (sin contar la tapadera de caries) que la mayoría de los textos me parecen escritos por otro. Dan ganas de modificarlos. Corregirlos. Eliminarlos sin más.
No sé si me enternece lo mal que me llevaría con el que fui, o si oculto para mí la angustia de seguirlo siendo.
Al final dejo todo como está. No sé bien por qué. Asumo que he sido irritante, obtuso, pueril. Y de paso entreveo que dentro de ocho años más, si tal cosa es imaginable con el mundo como va, seguiré siéndolo y seguiré irritándome de tanta pinche madre a la que, sin que pueda evitarlo, debo dar alojamiento frecuente e inopinado atrás de mis ojos, debajo de mi piel.

abril 17, 2020

Jauja

Título original: Jauja
Dirige: Lisandro Alonso
Año: 2014
Historia: Fabián Casas
País: Argentina, Dinamarca, Francia, México, EUA, Alemania, Brasil, Países Bajos
109 minutos. Color. 1.33:1

Fotografía: Timo Salminen
Interpretan: Viggo Mortensen, Ghita Nørby, Viilbjørk Malling Agger, Esteban Bigliardi, Adrián Fondari

Advertencia: si el lector de estas líneas anhela experimentar algo tan extraño, hermoso y vital como para mí resultó ser Jauja, aconsejo ver primero el filme sin leer nada más. Ni en este texto ni en otros.

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Hay películas que deben verse a solas. No están para satisfacer expectativas en una reunión, ni para situarse jactancioso en el centro de una tertulia como el que sabe, o el que entiende.
Hay que verlas solo para entregarse a ellas sin vergüenza. Huir de ellas sin vergüenza. Criticarlas, aburrirse, quedarse dormido sin vergüenza. Pero también, a veces, despertar… En Jauja tuve que entregarme y despertar. No tuve opción. Ni siquiera planeaba quedarme viendo. Di play para ver qué tal pintaba y fue todo. Ya no pude despegarme.


Existe un punto en que la sospecha de estar ante una obra maestra aparece. Es una sensación curiosa y definida porque, sobra decirlo, en el día a día surge con poquísima frecuencia. Pero cuando llega, es inconfundible. Pasa en todas las artes, pero con el cine la sensación es engañosa: aguarda hasta el último instante para confirmarse o romperse.
Sentir maestría en el cine no es lo mismo que sentir maestría ante un cuadro o al transitar por un espacio arquitectónico, donde las sensaciones llegan en bloque: rápidas, simultáneas. Pronto sabes lo que sentiste; pronto sientes lo que supiste. Pronto haces tu digestión íntima de conceptos e intuyes si las imágenes estaban presentidas por tu experiencia.
Con el cine no. El cine está hecho de tiempo y, como tal, debes esperar a que esta porción de tiempo concluya. Sólo experimentamos cine conforme vivimos el tiempo de la película. Entre tanto, todo puede salir bien o salir mal. 
En Jauja sale bien.


Lograr una obra de este nivel es siempre una cuestión muy específica de proporciones. ¿Cuánto de cada cosa? ¿Hasta dónde...? No cualquier artista sabe dónde detenerse, dónde darlo todo. Es la prudencia, ¿verdad? Una virtud olvidada en nuestro triste mundo del consumo.
Lisandro Alonso y su magnífico equipo, entre los que se cuentan el poeta Fabián Casas, el fotógrafo Timo Salminen ―mano derecha de Kaurismäki― y el mismo Viggo Mortensen, como verdadero padrino y protector del proyecto, han sabido dónde y cuánto.
Dije que es una película para verse solo. Es también una película para no recomendarse: después de verla, da miedo que alguien pueda no pensar y sentir lo que pensaste y sentiste.
Es una película para celarse.


Jauja tiene todo lo que yo pido al cine: concisión, misterio inefable, gozo insaciable ante la naturaleza. No llama la atención sobre su hechura: es lo que ocurre dentro del cuadro lo que te tiene con la mirada pegada a la pantalla. Es el tiempo, contenido dentro de estas cuatro fronteras negras del negativo, lo que da a la imagen su magnetismo fatal. El ascetismo, como elección poética, de dejar intacto el misterio, incluso si éste debe ser filtrado a través de cierta técnica para volverse arte. Por su puesto que me vienen a la mente Bresson, Tarkovski, y el mismo Kaurismäki, con quien ya quedó explicada la relación.
Es justamente el cuadro el único énfasis puesto a nivel estilístico. En inglés se llama film gate. No sé cómo se llame en español, pero es el cuadro que encuadra. Lisandro Alonso lo deja, con sus bordes imperfectos y esquinas redondeadas. Me pareció un recuerdo evidentísimo de que, entre nosotros y la trama, media una cámara ―una mirada. La mirada del cineasta, que separa lo que entra al cuadro de lo que queda fuera. No es la vida, entonces, donde las cosas están dadas más allá de toda elección. Pero vaya que entrega una impresión extraordinariamente fiel de la experiencia de la vida.


Pienso que por estos días se requiere cierta valentía para usar el negativo completo, con su proporción más bien cuadrada. Máxime en la marea actual de cine deliberadamente hecho para el consumo donde, a falta de algo que sepa envolver desde dentro de la película, se recurre a formatos panorámicos para, por lo menos, envolver desde el impacto horizontal de una pantalla larguísima.
Jauja te mete en ella. No suelta. Incluso aprieta un poco. ¿Te gustan las serpientes? dice alguien en algún punto del filme. No. No son muy gustadas, ¿verdad?
No es una película “contemplativa”. Es otra cosa. Tampoco es la pulcritud de la fotografía. Ni el ritmo de la edición, ni el sonido, o la presencia quijotesca y desamparada del capitán danés Gunnar Dinesen en tierra hostil. Es más bien la conjunción indisoluble de todo esto. Y más que nada, es la densidad de lo que ocurre dentro del negativo.


Si todo plano fuese un recipiente y el tiempo un líquido, sabríamos entender que el tiempo contenido en un plano de diez segundos pueda durar siempre distinto. Un cineasta hábil sabrá llenar de más tiempo cada una de sus tomas: caso de Jauja.
En cada momento hay algo que ver. Mejor dicho: cada momento está ahí porque necesitamos ver algo de él. Cada instante está tan ligado al plano previo y al posterior como tres notas sucesivas lo estarían en una melodía. Por ello digo que no es una película contemplativa. No son paisajitos bonitos. Es acción y cambio. Es atestiguar la transformación extremadamente gradual del cielo, las rocas y la vegetación. Es la insinuación de una intriga que conduce a ningún lado. El señuelo, el esbozo de una trama vagamente western (para los que van al cine buscando tramas), incluso si al final es una mera treta para pescarnos.


Pero todo está conectado siempre, insisto con mi opinión de que Jauja parece música. En ella encontramos el mismo esquema que podríamos percibir en las dinámicas de una pieza: un gradiente minucioso y delicado que va del piano al mezzopiano. Así también aquí, el gradiente disuelve la estepa insolada en fiordo danés de un modo tan sutil que parecieran tierras vecinas. Son el polvo, las rocas y el sol inclemente volviéndose lodo, líquenes y rocío.
El gradiente está también en la historia de una hija perdida que, de súbito, como en el reverso imposible de un tira de Möbius, se nos vuelve la historia de un padre perdido. ¿Y qué fue todo lo demás, entonces? ¿Un mero recuerdo para una joven que despierta en la alcoba de un castillo?


Todo está dispuesto con una hermosura verdadera: la tierra. Los riachuelos. Las infinitas gamas del verde en la hierba y los matorrales. El azul del cielo surcado de nubes veloces. El rojo de la sangre. El café de un caballo que sea tal vez el caballo más suave y amable que haya visto en una película: dan ganas de acariciarlo y darle de beber.
Y no es una película intelectual y aburrida, donde tengamos que activar una modalidad esnob para sobrevivir. Cada cuadro está vivo y algo dentro de él impulsa a la historia a seguir mutando: de las llanuras secas, casi desérticas, a la humedad brumosa. Del alba al ocaso. De la Patagonia argentina a una pradera escandinava.
Hay un propósito en el tránsito del capitán Dinesen, incluso si hacia los últimos minutos de la película, todo lo que pensábamos sobre su empresa se subvierte. Sufrimos con él en su andar y agotamiento físico. Queremos encontrar lo mismo que él busca. Alguien dice: ¿qué es lo que mantiene a una vida en marcha? Es una pregunta amplia y vaga, por decir lo menos. Pero no es sólo un retazo de diálogo.


La película es esta pregunta.
¿Qué mantiene en marcha al personaje de Viggo? ¿Su hija?
¿Qué nos mantiene en marcha a nosotros, viendo una película difícil con semejante paciencia? ¿La promesa de un final feliz? ¿Ver si pasará algo más? ¿Comprobar si el metraje se arruina o se salva? ¿La profunda belleza de las imágenes?
Y más preguntas: ¿Sabemos a dónde vamos? ¿Cuán lejos? ¿Habrá agua? ¿Pasaremos frío? ¿Nos robarán nuestras herramientas? ¿Nos robarán nuestro transporte? ¿Nos dispararán desde un arbusto? ¿Habrán matado a nuestra hija para cuando lleguemos a ella? No sabemos nada. Sólo caminamos.
Como leí por ahí: manejamos por una carretera oscura, los faros del vehículo por toda fuente de luz. Podemos ver unos cuantos metros por delante del auto y nada más. Es difícil e incómodo, sí. Pero el viaje puede hacerse.


Así como en la vida, en medio de la búsqueda podría aparecer de pronto una señal: una guía en el cielo; un perro lanudo al cual seguir; una brújula reencontrada. ¿Tiene sentido algo de esto? En absoluto. Al menos no un sentido “dramático”. Pues, como en la vida, no hay moraleja, no hay beso al final, el bueno es después ―o a un mismo tiempo― el malo.
¿Qué es más absurdo? Una anciana perdida en un desierto argentino hablando tu idioma escandinavo, o una joven danesa caminando por el bosque en ropa interior. Una porción de la película debe ser un sueño, ¿cierto? ¿Pero cuál? ¿La primera? ¿La segunda? ¿Importa?


Queremos encontrar sentido y eso nos mantiene siguiendo perros. Aceptando agua y ayuda, aunque sea una anciana inquietante la que nos la ofrece. La vida es extraña. Esto se acepta o se rechaza, pero la vida sigue. Y tú sigues en ella, hasta que ya no. Ella sigue, contigo y tu ausencia. Pese a ti y tu ausencia. Y aparecerá extraña e inescrutable mientras exista quien pueda atestiguarlo. (10/10).

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enero 26, 2020

Tarde en la Jesús Gallardo

«Fragmentación», Sebastián Beltrán

1. Meteora
2. The Fly
3. Sumas y restas, es más fácil saber cómo se hace una cosa que hacerla
4. True Stories

1. Meteora fue quizá la más decente entre las exposiciones que ocupaban la galería en esta amalgama rara de cosas contemporáneas, adjetivo con el cual, quizá desde siempre, uno puede salirse con la suya impunemente.
El artista Sebastián Beltrán, originario de Ensenada, Baja California, propone una serie de objetos, si no muy profundos en su concepto, por lo menos sí muy atractivos y bien realizados a nivel plástico. Muy limpios y con una frescura infantil sincera.
No tengo del todo claro lo que sentí ante estos objetos. Creo que algo semejante a cuando camino por un museo tipo Explora: una especie de animosidad aventurera revuelta con convivencia familiar y comida rápida de la cafetería.
Tal vez en eso reside la gracia de esta muestra, en que las piezas están curadas como queriendo parecer una exposición científica, llena de dioramas, gradientes mineralógicos, diagramas… Pero es un engaño. Aquí no hay ciencia y no queda sino sonreír lacónicamente ante tan buena ¿puntada?

Sebastián Beltrán

2. The Fly es un trique inflable inmensamente burdo y empolvado que no esconde ser una mosca muerta ―digo muerta porque está patas arriba― con la que cabe hacerse una pregunta esencial: ¿para qué?
Es decir, no nos queda la menor duda de que zurcir las partes de algo de este tamaño y encima inflarlo, debe ser un proceso complejo y admirable, más cercano a la astronáutica que a otra cosa. Y supongo que, queriéndole encontrar tres pies al gato, es provocativo meter un objeto tan obscenamente innecesario en un cuarto.
¿Pero y qué? Lo obsceno no viene con garantía y además, repito, la mosca estaba demasiado empolvada para su propio bien. La impresión que verdaderamente me dio fue la de una pieza muy reciclada, la de un inflable mugroso y sudado en la fiesta infantil de mi primita, listo para que los niños salten sobre él toda la tarde. ¿Qué más da que sea enorme? ¿Qué más da que se pueda intelectualizar lo que a uno se le antoje?
¿Mencioné al artista? ¿Ah, no? Bueno: una ovación de pie para Florentijn Hofman.

Florentijn Hofman (se fue de espaldas con la ovación)

3. Sumas y restas, es más fácil saber cómo se hace una cosa que hacerla es una muestra del trabajo de Kiko Pérez y Ana Navas, artistas beneficiarios de una residencia artística llamada Charco. Iré al grano: la exposición daba un sentimiento muy agradable si se la consideraba como decoración. Es decir: esta sala de la galería quedaba, sin duda, muy habitable y amena con las obras colgadas en sus muros.

El culebra. Hecho con pielllllleonesa

No sé si será el cansancio el que me hace plantarme tan negativo. Me siento como un crítico viendo la paja en el ojo ajeno, o algo así… Además, es más fácil ―y menos comprometido― escribir sobre una exposición que hacerla, pero ai'andas. A su favor: las piezas estaban perfectamente realizadas. Me gustó el aspecto engañoso que daban algunos de los objetos en relación a la sala: una bidimensionalidad imposible, Daliniana.

En «Sumas y restas»

4. True Stories es una película dirigida por David Byrne, vocalista y compositor de The Talking Heads. ¿Qué puedo decir? Pobre David Byrne. Estoy seguro que ha conocido mejores tratos. No me quedé a ver su película ni lo habría considerado, por el simple hecho de que la calidad de la copia proyectada era mala. Carajo, esto es una galería, ¿qué no? Entre sus misiones seguramente está la de ofrecer calidad. Educar. Buscar excelencia. Formar públicos. ¿Cómo vas a hacer todo esto con una copia mediocre? Para eso ya está YouTube.
Sólo se me ocurre que, si yo tuviese una sala de proyección, para mí sería una obligación infranqueable conseguir la mejor copia disponible. Y desde hace tiempo que True Stories existe en Blu-ray, cortesía de Criterion Collection.
Lo mismo con la curaduría: uno le da oportunidad a los textos pegados en los muros esperando encontrar algo, lo que sea: una idea estimulante, una insinuación poética en torno a las piezas, una pauta de rumbos de reflexión posibles… Pero nada. Sólo encontré ortografía deficiente, traducciones flagrantemente automáticas, indolencia.
Y no me quejo por quejarme: esta galería es un espacio que me ha gustado siempre y que, creo, lo tiene todo para ofrecer algo valioso en un escenario magnífico.
Por algún motivo, recuerdo mucho la exposición con que inauguró la galería. No sé si iría con la escuela, pero sí recuerdo que me encontré con obras que, incluso siendo yo un niño de diez años, me lastimaron con gran franqueza: unos cuadros azulosos de Picasso, y una escena terrible de algo relacionado con el abyectísimo KKK, pintada por Chávez Morado. Una cruz de horcas…
Según se dijo aquel día, estos cuadrazos pertenecían a la colección personal de Jesús Gallardo Carrillo. Pero en fin, que esos días quedaron ya muy lejos.

Chávez Morado