marzo 27, 2012

Paradoja


No tengo una sensibilidad privilegiada.  No tengo un espectro cultural envidiable.  No estoy implicado en una educación de calidad indiscutible.  Únicamente proclamo mi valor innegable para la existencia del universo desde este terreno, el terreno en el que todos somos encantadores.  El único terreno en que nos parecemos más a lo que queremos que a lo que tristemente somos en la realidad interpersonal.  Creo que si algo detesto terminantemente de las redes sociales es justamente eso: todos somos personas maravillosas.  Todos tenemos algo interesante para decir, somos estetas, conocedores humildes del más vasto dominio historiográfico de las artes y las ciencias, charlatanes falaces ocultos en su perpetua falsa modestia.  Hoy vi una película increíble.  Mañana leeré un libro que ustedes no conocen.  Hoy escuché un disco inaccesible.  Lo único que me consuela es esta conciencia de la situación.  Me veo inscrito en la misma mentira que todos ustedes.  No soy, probablemente, un cuarto de la persona que alguno identificaría como el autor de este blog.
Hace un estupendo clima.

marzo 21, 2012

Beta Collide

Beta Colide maneja una idea de la música parecida a la que yo he buscado en algún punto: integración. Lo habría enunciado de modo distinto, probablemente menos claro. Pero la cuestión es esa: debería poderse hablar de vanguardia en el mismo plano en que se hablaría de cualquier valor clásico, porque lo que es valioso en la música debe serlo en todo su espectro. Y hablando en esos términos, toda categoría debería desaparecer. Para siempre.
Recuerdo que en algún documental sobre historia del jazz se planteaba desde el principio una idea notable: el jazz como el espacio del intérprete. En la música académica podríamos hablar del espacio del compositor. Es decir, el terreno donde importa más el dato de quién lo compuso que el dato de quién lo toca. Antes sabemos si es una pieza de Bach o Couperin que si lo interpreta la filarmónica de Berlín o lo conduce James Levine. [Claro que me estoy yendo al extremo, porque estamos a quienes nos importan esa clase de sutilezas. Sutilezas que afortunadamente nos permiten preferir al Mahler de Bernstein sobre el de von Karajan, o preferir las variaciones Goldberg con Kurt Rodarmer a la guitarra que con Glenn Gould al piano. Las sutilezas, de todos modos, son para quienes difícilmente nos asoma ya una mano en estas arenas movedizas que resultaron de la huida de las palabras y las cosas].
Pero insisto, prevalece el compositor sobre el interprete.
En este sentido el jazz, como con muchos otros detalles, funciona al revés: hay una serie de temas recurrentes, generalmente agrupados bajo el genérico de jazz standards ―apelativo que implica que casi nadie sabe quién compuso el tema, una suerte de de todos y de nadie―. Lo que se sabe es quién los toca y cuál es nuestra versión favorita. Nos topamos así con Summertime, originalmente de George Gershwin, pero la recordamos antes en la voz de Billie Holiday, en el sax de Coltrane, la encontramos con Charlie Parker o Bessie Smith, con Coleman Hawkins y Chet Baker. Cada uno salió al escenario a afirmarse como individuo, un individualismo que muy poco tiene que ver con la egolatría y sí con la búsqueda continua de posibilidades nuevas, de distensión de los límites. No se trata de proclamar el valor del acto personal, sino de contribuir a quebrar en más colores esa luz primaria. Quizá por esto el mundo del jazz sea tan vasto: no podemos abarcar a todas las personas que se fueron apropiando de la música, a todos los que lo enriquecieron y le dieron vida. El jazz muestra una ramificación mucho más intrincada y laberíntica que la de cualquier otra forma musical.
Para un cervantino vino David Fiuczynski, un guitarrista que tiende a lo microtonal. Su guitarra no tiene divisiones reales ni trastes, sólo un diapasón liso como de violín, la división tonal simplemente insinuada por líneas dibujadas. Decía cuando lo entrevistaban una cosa que a estas alturas me parece mucho más evidente, pero igual la escuché de él primero: música tonal, atonal, microtonal… y al final todo encalla en dos categorías: la buena y la mala.
Esta afirmación es tal vez demasiado simplista como para considerarla un argumento, pero define a la perfección lo que nos sucede a todos; ¿qué música nos gusta? Principalmente la que nos gusta. La que no nos gusta es la otra. Buscamos música que nos haga resonar, música que genere la sensación adecuada. Y en base a este juicio primordial podemos descartar otras cosas y categorizarlas como música de fondo o música para bailar.
McWhorter es consciente de eso, y en ese ámbito es capaz de traer música de la más alta tradición académica, digamos Ligeti (coincide por esta ocasión), así como de trabajar junto a artistas del estilo de John Cale o Radiohead. Todo es música, al final. Lo importante es seducir al oído, probar que la música como lenguaje es antes emotiva que racional, y que entre la oreja y el cerebro nada media al sonido inteligiblemente. No hay fonemas exclusivos, no hay fronteras geográficas. Es solo un espacio humano. Universal, se ha dicho hasta el cansancio, y vaya a saber cuántos de verdad creen en esta universalidad.

marzo 17, 2012

...mejor callar

O ser como Wittgenstein, para estar tan absolutamente extraviado en la propia mente como para que me bastara. Así en vez de un blog me dedicaría a la redacción necesariamente perfecta y sobrenatural de un libro de aforismos de escasas treinta páginas donde iría implícita la única verdad de interés humano. Enviaría el libro junto con una carta a mi amigo matemático ―el único amigo, seguro― para decirle que no espero que entienda el manuscrito que le hago llegar, pero que me consta que en él va todo lo que necesita saberse sobre lo que sea.


marzo 16, 2012

Escala


Método paranoico crítico, segunda iteración; Iniciar la página en blanco sin pensar en nada excepto la necesidad de llenarla lo antes posible. Confiar en que tras dos o tres frases estocásticas la conciencia se encausará automáticamente. Incoar el tercer enunciado con un verbo que probablemente no habría usado de no haberme topado con cierto escritor muy querido en la mañana. Comprobar que a la cuarta frase todavía no es hora que la mente se resigne a entrar en un lugar con paredes. Mi mamá ha llegado a decirme, decepcionada, que parece que discrimino todo lo nacional por el simple hecho de serlo. Aunque yo le contesto que no es verdad, por las noches, cuando todos duermen, lo acepto secretamente y la noción me llena de remordimiento. Me han dicho que el museo Rufino Tamayo es un lugar que vale la pena visitar, amargamente pasé ante sus puertas sin poder hacer nada por detenerme y entrar. Sucede, lastimosamente, que el muralismo y yo nos entendemos poco. Hasta hoy no conozco alguna pintura de Tamayo que me conmueva. Me interesan sus transparencias cenicientas, sus líneas rugosas, su desapego casi no tan político. Me caen mal los muralistas por una cosa: no dejaron de insistir con insertar una didáctica y una postura ideológica en cada pintura. Eso qué. Vaya, no digo que no se pueda. ¿Pero por qué tan deliberado? Me parece demasiado aburrido que la obra, antes que sí misma, sea vehículo de algo que parece que se le monta arbitrariamente.
El que más me gusta ―aunque lo digo a la ligera, porque ya dice mi mamá que yo odio lo nacional― es Siqueiros. Y después Chávez Morado, el único, tal vez, que ha logrado silenciarme genuinamente y por quien guardo un aprecio respetuoso. Por último mencionaría a O ‘Gorman, y antes como arquitecto que como pintor. Diego Rivera me parece incomestible y demasiado cerca de Frida Kahlo como para esbozarle un aprecio siquiera simbólico. 
Siguiendo por la línea que me sugiere la página todavía vacía puedo decir dos cosas. La primera es que pretender despertar interés hablando de estas cosas es algo que no se me va a olvidar nunca por imbécil. La segunda es que me sigo prestando a las trampas que permite un tema tan generosamente vasto, en este caso hablar de Tamayo y trazar una imagen más o menos discernible de la precariedad con que todo esto va hilvanándose.
La ignorancia, si bien está ligada a la felicidad, es también una especie de cuerda que traza un polígono y se teje concéntrica hacia una figura inicial, que por costumbre diré que es triángulo. No saber tiene la ventaja de la sorpresa, una sorpresa triste y ni la mitad de colorida que la sorpresa verdadera y completa de un niño. La ignorancia, en la juventud ―y supongo que también en la madurez―, no es la misma que la del niño. No es una necesidad de estímulo, de información, de sensorialidad. Es más como un cerrar temprano, un irse prematuramente de la velada. No es una ignorancia por incapacidad orgánica o fisiológica; es una ignorancia vulgar e indolente.
Ser tan ignorantes nos permite rellenar los huecos que van quedando mediante toda clase de formas de contenido irrelevante, nos justifica a traer al papel todo tipo de cosas sin decir nada. En mi niñez fui dos veces a Ciudad de México con mi escuela; la imagen que conservaba del lugar era la de la Villa, Tepeyac y alrededores. Esto es, una ciudad espantosa, llena de humo y comerciantes de estampitas del papa. Muchos hablaban añorantes de esta ciudad. A mí esta actitud me parecía aberrante. Infundada.
La tercera vez fui de invitado a casa de un amigo. Su padre nos paseó fantásticamente. Conocí todo lo que tuve que conocer antes y no había podido por falta de secularidad en mi escuela. En la memoria conservo ahora la imagen de un lugar a la altura de cualquier otra ciudad de matiz por lo menos sutilmente universal; recuerdo con cariño el MUAC, la sala Nezahualcóyotl, el entramado de sombras verdes sobre Reforma, algunos edificios del centro, un café incendiándose en Coyoacán, etcétera.
He podido expresarme tan mal de muchas cosas en mi vida gracias a que no las conozco. Cuando acabo por conocerlas no soy especialmente sensible para resarcir la actitud anterior. Simplemente cambio de parecer y sé que es deplorable. Me queda claro que en Ciudad de México se encuentra todo, tanto como me queda claro que Guanajuato es una ciudad demasiado Bohemia, por no decir peor, y en este caso la herida no llega a cerrarse porque de Guanajuato lo que digo lo digo conociéndolo. La pauta para esta ocasión era que Tamayo no sé qué y el museo y sus 'Noches de jazz' que cambiaron su ubicación. Yo no sé, casi nunca he sabido ni entendido nada. Si supiera y entendiera creo que no escribiría nada nunca.

marzo 14, 2012

Todas las cosas se parecen a su sueño

Aporía eleática, bifurcación concomitante, arborescencia absoluta, callejón sin salida; la pintura de Alberto Pazzi es antes sueño que documento, es árbol de colores, formas y líneas improbables que llevan, ante todo, la impronta de nuestro autor: todo es signo de cierto mundo interno, mundo necesariamente caótico y cinematográfico, mundo necesariamente suyo, hecho de periódico y pedazos de personas extraviadas en revistas y postales antiguas, mundo solitario, amargo y humorístico.  No hay en estas obras un solo titubeo, un solo rasgo de imitación o falaz reinserción en ciclos hace mucho terminados.  No hay homenaje ni conciencia histórica, no hay categorías deliberadamente trazadas… hay únicamente atemporalidad, carencia de metodismo, libertad absoluta en la técnica, reincorporación de la vida, del valor del hallazgo personal, integración heurística del raya-quesos, redescubrimiento latente de cierta frescura surrealista hace mucho empolvada y casi olvidada.

Ni que yo tuviera poder de convocatoria o así, pero valga decir que me enorgullece desmesuradamente poder utilizar este medio para invitarlos a la exposición de mi amigo y hermano Pazzi, inicia este viernes 16 de marzo a las 8pm, en el bar/galería/terraza/etc/etc 1910 en la dirección que abajo se muestra.  Y pues qué más, tienen que ir.


marzo 11, 2012

Arc-en-ciel




György Ligeti ha sido, baste decirlo de este modo, una constante en mi comprensión de la música, una continua fuente de inspiración y un ejemplo cabal de integridad artística. Disfruto mucho su música. Lo menos que podría decir es que me ha marcado, sobre todo en mi forma de proceder en ámbitos que trascienden lo musical, como son el literario y el audiovisual. No quiero extenderme ahora en mi opinión de este tema por dos razones: la primera es que no quiero aburrir a nadie (hoy); la segunda es que sobre aquello que disfruto, habrá siempre ocasión natural de que mis reflexiones me traigan de vuelta. Hoy me limito a una observación escueta de una de las primeras piezas que le escuché: Arc-en-ciel.

Arc-en-ciel es quizá uno de los más claros ejemplos de contrapunto en la música de hoy. Hay contrapunto en todo: entre lo que hace la mano izquierda y lo que hace la derecha. La mano izquierda traza, en las primeras tres notas, un arpegio que conforma un acorde de Mi menor.



La derecha, por su parte, muestra un Do mayor. Inicia de este modo, casi como un juego, algo que se vuelve más complejo a medida que la pieza avanza, y que es el hecho de que cada mano comporta una armonía distinta.



La indicación del valor del compás es de ¾, con la sugerencia entre paréntesis de un dos sobre negra con puntillo, hermosamente asimétrico. De la combinación de estas disposiciones resulta el entramado de líneas punteadas que vemos como una suerte de compás parcial, que funciona sobre todo de guía, y que tiene un efecto directo en la acentuación. De esto desprendemos que hablamos también de un contrapunto rítmico.



El contrapunto en la melodía se adivina en que cada acorde está desglosado en sus arpegios y las voces se conducen en descensos leves y fatigados. Y la pieza en sí da una impresión vaga y ensoñadora. Con eleganza, with swing, sugiere Ligeti en la indicación del tempo, casi jazz. Arcoiris, líneas suaves y acuosas que se desprenden como rebotando diáfanamente por un perfil escalonado, o algo así es lo que me imagino cuando la oigo. Una débil concatenación de salpicaduras, de gotitas fractales, de prismas lluviosos.




Y esto es lo que puedo decir del primer compás, sobre todo porque únicamente del primer compás puedo decir algo. Después de este punto las cosas sobrepasan mi muy elemental instrucción musical: acordes que ya no sé cómo se llaman, ritmos que ya no sé dónde encuadrar; dejo la partitura para quienes puedan llevar este gusto de disección arqueológica a compases posteriores. Y para los que no, creo que de todos modos es siempre interesante contemplar una partitura en su valor gráfico, escuchar la pieza mientras se observa su equivalente notado, y alcanzar a atemorizarse por lo que algunos ―siempre pocos compositores hacen con los números entre las manos como si fueran plastilina.

marzo 10, 2012

Coalescente

Hay un adjetivo que me gusta mucho en Borges y que me he apropiado por su puro sonido sin tomar en cuenta las consecuencias de tan ejemplar falta de respeto. El adjetivo es coalescente, y me parece bellísimo desde su grafía. Ya se sabrá, cuando yo lo he usado es para sentir que soy alguien y que soy capaz de decir cosas importantes. En sus cuentos encontramos de vez en vez este adjetivo. No lo he visto en ningún otro lado ni encontrado una definición satisfactoria en los diccionarios.
El sustantivo no vale en Borges lo sabemos como elemento estético. Se vuelve mero portador semántico; sus sustantivos funcionan porque son útiles a la historia. Pocas veces conocemos el nombre del protagonista, sabemos antes que se trata de un hombre, una mujer, un detective, un anticuario, un filólogo.
Pasa otra cosa con los adjetivos: son escasos y repetitivos. Borges se despoja de ellos en busca del más completo ascetismo, la desnudez nominativa, como bellamente la define Rodolfo Borello. Los elude y en cambio reitera el uso de unos cuantos, "más que calificar la realidad o determinarla, la señalan abstractamente, o la individualizan pensándola como procesos intelectivos…”
Qué lejano luce aquel momento de nuestra educación en que aprendíamos que un adjetivo califica al sustantivo. Redonda se adecuaba en justa medida al sustantivo pelota, suave al sustantivo flor. La comprensión del lenguaje, por fortuna, sigue una línea natural, de modo que resulta impensable sugerir una lectura prescolar de Las Ruinas Circulares a un niño que aprende el sentido de los adjetivos. De este cuento, me permito añadir su primer párrafo:

“Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. ”

La noche es unánime. No es oscura ni estrellada, dichos adjetivos no agregan nada nuevo al sustantivo. Retrasa el ritmo del texto repetir cualidades de la noche que todos perfectamente saben que tiene. En cambio es unánime: ni una sola discrepancia respecto a que es de noche. El flanco violento de la montaña: no hace falta un relato meticuloso de cómo es la orografía de este escenario; basta saber que el flanco es violento para la certeza de una cuesta escarpada, probablemente intransitable, en piedra lisa y llena de nieve.
Coalescente: dos burbujas que al aproximarse no se hacen estallar una a la otra, se unen en un solo abrazo jabonoso; dos gotitas de mercurio que ruedan una a la otra y se funden por naturaleza. Con suerte un cuerpo sólido, temporal, existente, reflejado en el misterio absoluto de los espejos. Creo que la sustancia nueva es la que divide el mundo real del mundo al revés, el espejo mismo; o más bien lo que permite que el espejo logre contener los mundos de uno y otro lado, como una presa, evitando que se mezclen generando un desorden terrible. El espejo como sustancia de lo que hay en medio. Y entonces no es ni una cosa ni la otra. Creo que todos aspiraríamos a la comprensión de esta tercera sustancia.
De niño tenía una fascinación mucho mayor por los espejos. Jugaba insaciablemente en el espejo triple que había sobre el lavabo del baño en casa de mi abuelita, huyendo de mi mirada, topándomela inesperadamente, encajándome los ojos en la nuca, espiándome de reojo, multiplicando mi espacio con su aire y su baño en la apertura o clausura de un cristal hacia otro, acordeón silente y matemático: cinco versiones de mí, ocho, diez, veinte, todos los yo posibles, treinta, imposible seguir contando todas las nuevas esferas que se habían creado, círculos tan tupidos llenos de espejos y narices asomándose en cada uno y pestañas espiando por todas partes, una cantidad irracional de parpadeos simultáneos.
Ignoro si el origen de coalescente estará en Borges, pero a quién le extrañaría. Borges no era de los que le pedían permiso al lenguaje de nada. Y es el hecho de no haber visto esta palabra en otro lado sumado a mi corta vida de lectura adulta, es cierto sumado al no haber encontrado una definición aceptable lo que me hace sospechar que Borges tuvo algo que ver en esto.
Haciendo un intento vago, y probablemente deplorable de filología hogareña, diría que la etimología debe estar en co- prefijo de quién sabe cuál idioma (unión, colaboración, compañía); allos, griego para otro, distinto; y essentia, del latín sustancia, naturaleza, existencia… resultando en mi comprensión dos sustancias de naturaleza distinta que se unen (quizá) en la constitución de una tercera que no las anula ni las suma. Simplemente genera otra cosa. Una (¿alescentia?). Borges la ha utilizado en triada junto a divergente y paralelo, y sólo por ello supongo su sentido.

marzo 09, 2012

First & Last Name



De entre los canalitos de Vimeo que me ha dado por administrar me gustaría compartir con ustedes este, donde, en modo probablemente ilegal, pero desinteresadamente y con muy buen corazón, subo cada que se puede alguna cosa que me haya encontrado en la red y que sienta que no está dispuesta como para acceder libremente a ella. Me parece que, como quiera que lo mire, Internet me ha dado bastante, y bien que mal siempre encuentro lo que busco. Yo subo las cosas que me gustaría que alguien más pudiera encontrar, mi única contribución al acervo digital y mi agradecimiento discreto. Y todo es como debe ser: soterrado, dificultoso, una pesadilla subir películas completas. Espero encuentren algo de su agrado.

Consideradamente, R. H.

marzo 07, 2012

Bien Lynch



Un día tomamos Poli y yo la en aquel entonces todavía existente ruta 10 Hilamas. Íbamos al centro con cierto apremio, así que parecía buena opción. Entré yo primero y deslicé automáticamente mi pagobús ante el detector. Poli hizo lo mismo detrás de mí, el detector le respondió con el zumbido inquietante que indica que saldo 0.37¢, el mismo sonido que transforma toda esperanza de nieve de limón en recaída y depresión, amargura, desolación extremada, nostalgia por la casa paterna, río de lágrimasPoli murmuró entre dientes algo como enseguida le pago y nos fuimos a los asientos del fondo. Comenzó a llover, el día estaba nuboso y el camión se fue quedando como en cierto amago de tintura resbalosa.
Seguro que Poli estaba triste de que en lugar de 3 y fracción pesos pagaría 8, y que difícilmente regresaría a su tierra pronto con tantos imprevistos. De cualquier forma procuramos serenarnos y no pensar mucho en lo avasallador de la situación.
Puedo decir que hay momentos en que lo cotidiano me parece fisurado y como volcándose de un solo golpe sobre la conciencia en una miríada de detalles en los que hasta entonces no habíamos reparado, pero que obligan a su contemplación por lo irreductible del momento. Y los detalles eran estos: camión prácticamente vacío, el chofer, una pareja, un hombre enorme, Poli y yo. La lluvia arreciaba. En la siguiente parada subió un payaso.
Quién sabe cómo podrá explicarse en qué orden lógico cabía todo aquello. El payaso no daba risa, era simplemente triste y sombrío. Entiéndase la situación: uno suele empeñarse en parecer indiferente ante todo indigente ―aunque nos quede siempre un cierto halo perturbado que nos alcanza a delatar por la mirada―. En un camión vacío no hay risas, sólo un silencio hueco que parece que encubre su incorrección con la punzada incómoda en los modales. Es cuando uno siente que debe por lo menos soltar un suspiro agitado que suene a tos o a un esbozo incipiente de carcajada aceptable.
A todo esto, el hombre voluminoso en el asiento frente a nosotros soltaba unas risotadas estridentes y aisladas. Diríase que el resto íbamos dormidos o en trance. Poli aún no pagaba, el chofer le dedicó una mirada viciada por el fantástico juego de espejos que hay en el tablero y le dijo con el tono inapelable de quien se sabe en un ámbito de razón pura y eterna: tu tarjeta no pasó, ¿eh? Por supuesto que no pasó, Poli estaba al tanto de ello. Pero este es un tema distinto, y diré únicamente que alguien tendrá que estudiar detenidamente a los choferes para hermanarse en su nivel de meditación, en su comprensión trascendental y metafísica de la navegación terrestre.
La pareja se besaba en un despliegue monumental de lascivia, descarada y sin par. Diríase ruidosa. El hombre de semblante taciturno delante de nosotros seguía soltando sus risotadas estridentes, girando la cabeza al techo. Creo que habría sido casi reconfortante si el camión fuera lleno y si el más esencial sentido de cordura no me dijera que nadie puede reírse a ese volumen sin alguien que haga segunda. O quizá sí se podía, precisamente ese día y en aquel camión. Habrá que convenir que estábamos viviendo verdaderamente en una película de Lynch, y que poco me habría sorprendido en ese momento recibir una llamada de algún teléfono rojo cuyo cable entrara inconexamente por alguna de las ventanitas, y donde mi interlocutor me hablaría en reversa.
Poli fue hasta donde el chofer, adivino que cabizbajo porque no cabe imaginarlo de otra forma, y el payaso lo recibió con algo que recordaríamos para siempre y que me hiere ahora que lo recuerdo y lo escribo: aquí el payaso soy yo. Una última carcajada, el paroxismo fulgurante de la lluvia. La pareja besándose vehemente.

marzo 05, 2012

Concreción nebulosa


Pronto llega el punto en que uno observa que no basta escribir con claridad, que no basta llanamente ceñirse a la sintaxis, caer en las muy pocas frases con las que ya se ha dicho todo. El lenguaje es lugar común, a excepción quizá de quienes saben de poesía, que lo vuelven no-lugar y por ello les estoy agradecido. Pero qué pasa con estas letras quietas, perpetradas en esta reproductibilidad electrónica que no es demasiado distinta a su versión impresa, la inalterabilidad de esto que se fija para siempre como bit, como píxel, como luz. Desde el momento en que escribí luz, ya no puse cualquiera otra de las palabras que existen, y que pudo incluso encajar muy mal, pero que habría dado una noción mucho más veraz de lo pluridimensional del pensamiento, que por escrito se vuelve mero fotograma de una película que no veremos jamás, porque no hay tal cosa como un proyector del mundo interno. Y si existiera lo que faltaría sería tal vez una pantalla adecuada. Tendríamos una pantalla parcial, un trozo de esa pantalla empieza aquí mismo. Otro esté tal vez en el platillo precario que improvisaré para la cena. Uno más en lo que creo ver entre sombras al fondo de la calle, que me aguarda pero seguiré eludiendo.
En todas las sucesivas encrucijadas que tomé para llegar a conformar este enunciado en la forma que aquí lo entrego… ¿cuántas palabras se perdieron? ¿Cuántos enunciados no serán ya dichos nunca? No sé si me pueda bastar esta ansiedad como elemento axial de todos los textos que llegaré a hacer en la vida, si podré resignarme para siempre a que esto es todo: mi límite personal, lo finito del idioma, y más allá tal vez el vacío. O quizá no, pero no puedo imaginar algo que esté fuera de este continente y que no sea lo imaginable, lo ya intuido desde las palabras y las cosas. Todo lo que he visto o puedo suponer si así lo quiero desde la lógica minúscula del conocimiento humano es lo único que encontraré. Puedo imaginar cualquier objeto ahora mismo, sacarlo de la nada. Puedo devolverlo a la nada de la que vino. Todo existe o se esfuma intermitentemente, todo es inestable y cede.
Altivamente se acepta la creencia de saber lo que quiere decirse. Claro que se sabe: es la idea en su estado original, el pensamiento como entidad contraria a cualquier estado: el estado cuyo horizonte de aniquilación es nada menos que el terreno en que intenta enunciarse. Diría cierto pensador, un círculo cuyo centro está en cualquier sitio y su circunferencia en ninguno. Acepto únicamente lo relativo de estas mismas letras, de estos mismos enunciados que se yerguen temerosos y que no acaban por cuajar en nada. Acepto que escribir es traición: no le hago justicia al sentimiento que antecedía a este texto. Escribir es escoger un camino, uno solo entre todos. No escribir es el absoluto. No escribir es dejar que todo exista. En cuanto toca cualquier superficie, la idea se pierde para siempre, adoptando una, la única forma cristalizada por la que el mundo le conocerá. Qué desperdicio.

marzo 04, 2012

The back of the back of my hand


La pululación de blogs acusadamente posmodernos y fragmentarios donde a modo de catálogo se suceden las publicaciones de cosas que el autor vio navegando, porque así son las cosas, ellos lo vieron primero, ellos tienen buen gusto. Ya me voy a andar quejando de algo en lo que de seguro caeré yo mismo en cualquier momento. Pero bueno, mínimo un comentario de por qué diantre se "comparte” lo que se comparte.
Imagen bien padre como tipo así

marzo 03, 2012

Sweded Taxi


Después entro y me permito un juicio suficientemente árido y autodestructivo y me digo: ¿A quién se supone que le van a interesar estas cosas? Pero bueno, creo que el logro está en eso, en que al menos me cabe la certeza de que a nadie. A nadie. Y pues ni modo. Creo que para mí, que soy más bien tímido y elusivo, me pasa que difícilmente añado un blog o le hago ver a nadie que yo ando por ahí. Más difícil será que yo comente nada en ningún lado. Rodolfito es de los que no tienen ni Facebook y de los que de algún modo acaba de sorprenderse de que hace unos segundos el Word le haya corregido facebook con minúscula (ahora subrayada en rojo) a Facebook, con la mayúscula histórica y cabal que el universo le merece, carajo. Ya está en el diccionario de Word, pero si me empecino en escribir una cosa como Tezcatlipoca no me la ha de poner bien.
Creo que hay una cosa que seguirá siendo valiosa en cualquier tipo de civilización humana, humanoide, extraterrestre o lo que sea, mientras su gente tenga cierta cultura discernible y esta no sea demasiado perfecta. Y eso es el hecho de que las cosas se vuelvan personales. Creo que es lo que claramente podría decirse de una persona como Michel Gondry, que en algún punto afirmaba eso mismo: si las cosas no se hacen personales no sirven. Y no es, como dijera otro bloggero singular, que se trate de evidenciar dos cosas frecuentemente reprobables en esto de la interacción digital [mi exhibicionismo y su voyeurismo], sino de acordarnos que, pese a todo, queda algo de natural en esta selva de información vibrante y desmesurada, y que somos usted y yo hablándonos desde tiempos y espacios distintos, probablemente incompatibles.
De Gondry seguro que hablaré después, porque me cae muy bien como cineasta y persona. Lo que ubico de él, al menos. Por ahora baste decir que en su sencillez y en el cariño que muestra por su trabajo ha enunciado algo que a los demás parece costarles mucho, y es llanamente aquello de que toda obra es siempre autobiográfica. Y esto no implica que todo blog sea un diario íntimo o la correspondencia completa de dos marineros homosexuales en altamar. Tampoco quiere decir que Gondry filme exclusivamente historias que le ocurrieron. Para mí supone, simplemente, reconocer que los blogs en que yo me he sentido a tono de quedarme leyendo, es donde distingo que del otro lado hubo una persona y no una fuente de información rigurosa e impecable. Y supone también que Gondry filma cosas que sólo pudo filmar él desde su técnica y desde su experiencia. Y ya.


N'est pas noir


Esta cosa iba a tener fondo negro al principio, porque es más padre. Cuando entro a sitios con fondo oscuro siento que estoy verdaderamente entrando en un espacio físico, algún cuarto o algo. Y se puede leer más tranquilo. El blanco lastima mucho, aunque resulte al revés cuando uno cambia de negro a blanco, pero es precisamente el cambio lo que lastima, no tanto que el fondo sea oscuro. En algún lado leí que el MS-DOS estaba en caracteres blancos sobre fondo negro precisamente porque cansaba menos la vista y el grado de contraste era óptimo. Supongo que los colores negros son pixeles apagados, y por lo mismo, más ahorrativos y más nobles con la vista. Todo eso viene importar poco o nada cuando yo mismo entro al blog, porque luego veo estrellitas cada que me cambio a otras páginas. Lástima que en blanco se vea casi demasiado limpio y como de diseñador, (que conste que no tengo nada contra esta gente, este personaje es casi un hermano y dizque estudia diseño). La clave parece estar, como en todo buen amigo que he tenido, en que no se toma muy en serio nada, mucho menos la carrera. Es uno de los reactivos de fuego cuando conozco a alguien: quien se ofende por minucias de que le insultan lo que estudia es de esos que Cortázar diría que más convendría darse la vuelta y retirarse sin más (aunque en su caso, el reactivo de fuego era preguntar azarosamente sobre Dalí).

marzo 02, 2012

"...como el lino que es blanco y huele a hierbas"


Las circunstancias de tu nacimiento, como las de tantos otros portadores de la palabra viva, se produjeron en condiciones insólitas, quizá tanto como las de tu vida misma, y de alguna forma el destino quiso que nacieras en Suiza, país que está tan lejos de tu idioma y de tus palabras. Suiza dejó muy pronto de tener nada que ver conmigo. Es un país que recuerdo acaso falazmente entre la bruma del sueño y la memoria de una infancia incierta. Es más ahora un país que mi imaginación quisiera lago de musgo y mujeres en tela antigua color tierra; diviso sus paisajes obligadamente y sé que son antes fruto de mi voluntad que imagen concreta. Aunque creo extrañar su viento helado y sus vías encalladas; los sonidos y el aroma a plantas; todo eso que para una niña tiene un valor inexplicable e indeleble. Pero sobre todo extraño la nieve y el silencio con que caía. En cuanto a las condiciones insólitas de las que hablas, puede que tengas razón, ya que hasta mi fecha de nacimiento está sujeta a debate. De cualquier forma, jamás fue importante para mí observar mi tiempo físico en la vida. Siempre me sentí envuelta en una confusión de marisma que impregnaba todas mis acciones y todas mis palabras, y en ese ámbito, la forma humana de medir la vida tenía muy poco que ver conmigo.
Alfonsina, creo que no es fortuito que hayas sido argentina. Una voz como la tuya tenía que ser en español. Bueno, pero eso yo cómo puedo saberlo. El español, por supuesto, fue más que un idioma para mí: se convirtió dese muy pronto en un refugio para mi mente y sensibilidad. Y no deja de ser curioso que, de haberme quedado en Suiza, las posibilidades de adoptar un lenguaje eran cuando menos cuatro y el asunto se volvía más un tema de elección que de cultura natural. Estuve cerca, por ejemplo, de que mis palabras fuesen alemán o francés. Más cerca todavía de que fueran italiano, idioma del que todavía conservo alguna cosa. Por supuesto el español tiene una música extraña, que para mí se parece ante todo a la de un arroyito calmo y cristalino. En italiano lo que sentía eran gotas de lluvia gorda, quizá demasiado rápidas y pesadas como para querer conservarlas. Y claro que es un idioma que mantiene su belleza particular, pero en el español cada palabra es una perla redondita que sobrevive sin ligazones extrañas ni sinalefas.
Háblame de tu nombre, Alfonsina, que para mí se yergue como si fuese el nombre de una flor melancólica. No es poco acertada tu imagen. Mi padre era un hombre triste y lejano. A mi madre le oscurecía la mirada un velo amargo y la voz la costumbre seca. Los dos fueron siempre tristes y raros, mi padre más que mi madre. Y no sé, mi nombre fue como la prolongación del mundo de la infancia, la declaración de una sombra histórica. Y fue como para cualquiera, debo suponer, el hecho de que a partir de cierto punto mi nombre dejó de ser apelativo para convertirse en definición. He sido Alfonsina por tantos años que ya no sé lo que eso significa. Mi hermano menor se llamó Hildo, y a veces creo que en todo esto hay como una certeza oscura que a veces mi hermano y yo llegamos a sentir en forma de frío, pero que hemos negado toda la vida.
Siento que por mucho tiempo te ha gustado fingir. Dime que es verdad. No puedo. Lo único que puedo admitir es que por mucho tiempo he fingido que no finjo. Aunque acepto que la mentira es una condena humana que viene a ajustarse con suavidad y es fácil de aceptar, aparte de todo. He fingido ser mayor de lo que soy, intentado ser una hija limpia y distinta. Fingí leer cuando niña, moviendo apenas los labios, deslizando mis ojos sobre una hoja llena de letras oscuras, pronunciando palabras que no entendía y que por supuesto ni siquiera llegaban a formarse en mi boca. Fingí el conocimiento y la docilidad. Fingí la mentira. Yo no sé si fingir es un indicio de algo que se pronuncia equivocado y horrible, pero desde siempre me ha subido desde el suelo la necesidad de fingir un poco, y por la pregunta, supongo que entiendes lo que digo y que tú también finges.
Alfonsina, a veces siento como si estuvieras muerta. Y después, claro, me sigues leyendo. (Ríe un poco).
Háblame de tu infancia. Cuando fui niña mentí muchísimo. Inventé incendios y catástrofes. Serví miles de cafés y aprendí el italiano. Escribí con palabras temerosas y anquilosadas. Estuve siempre muerta. La corrección se me enredaba seguido a los tobillos como una hiedra negra. Mucho de lo que pensé no llegó a formar nada claro, y fue tal vez eso lo más angustioso. Mi delantal y mis corpiños estaban llenos de papelitos con líneas emborronadas y secretas, preocupaciones sombrías. Mi primer poema, a los doce años, hablaba ya sobre mi muerte y mi entierro, y todas esas palabras estaban de alguna forma muertas también, porque salían con miedo y estaban prohibidas.
Alguien que usa un pseudónimo como Tao Lao debe tener una noción distinta sobre el lenguaje. No. En todo caso creo que lo que tengo es una no-noción. Tú sabes que cuando se empieza a tener noción de las cosas empieza a ser todo un poco aburrido, porque la noción es antinatural y un poco ridícula. Es por ejemplo lo que me habría sucedido de haber tenido noción de mi vida. Quizá habría servido cafés para siempre, o habría sido una excelente costurera. Pero yo estaba algo triste y tenía ganas de hacer cosas que fueran particularmente no necesarias. Lo necesario lo es para la vida en el mundo, pero en la casa de mi cuerpo no cabía otra certeza que la de una realidad en terrones, que antes que reconformar podía pisotear y pulverizar. El lenguaje es lo único que ha configurado líneas sólidas para mi espíritu, y ha sido el sustento verdadero de mi existencia. No es importante esto que mencionas del pseudónimo Tao Lao, aunque responda, quizá, a esto que sugieres, y que tiene que ver con el sonido y la música de la palabra en ella misma antes que en el sentido.
Alfonsina, siento la necesidad de reiterar mi sensación de que estás muerta. Te diré algo que tú sabes mucho mejor que yo: qué diera por estar verdaderamente muerta. La muerte sería el verdadero descanso, el único descanso posible, la verdadera libertad, el ocaso paulatino y deseable. No hay muerte para nadie; lo que hay es sufrimiento; lo que hay es la obligación de permanecer para siempre en el tiempo. Morir sería poder desvanecer todos los nudos que me atan al mundo, y creo que pocos han logrado esa proeza. Ciertamente no yo. La muerte y el sufrimiento están mezclados en la mente humana, pero no debería ser así. Para mí la muerte no está asociada al dolor, sino al poder irme. Quise morir una vez y no funcionó. Sigo tan aquí como siempre.
Alfonsina, quisiera un último poema. La arena estaba azul en la playa y se me enredaba al vestido. Aquella noche creí escuchar unas palabras nuevas en la marea y quise tenerlas conmigo. Era el agua, como siempre, la que pronunciaba insistente algo que me llegaba confundido entre los peces y que sabía muy fuerte a algo antiguo, como a un deseo inocente que de pronto reconocía haber tenido. No puedo saberlo, un deseo de niña, tal vez. Y supe que de pronto, todo en aquel momento era como un verso inconcluso, como una ventana rota por la que mi habitación comenzaba a inundarse. Fue como si de pronto las palabras estuvieran finalmente ahí, debajo de las nubes y las olas, perfectamente discernibles y presentes. La luna se hundía en el agua y sentí que las formas chorreaban de hiel y de piedra despedazada. Vacié la realidad de aquel único instante de todo sentido y quise que no hubiera ningún pensamiento en mí. El agua me cubrió en un abrazo tierno y helado, y yo seguí caminando hacia donde se escuchaban las palabras.