diciembre 13, 2013

Incongruencia ineludible, permanente

¿Cómo puedo saber si en verdad no quiero lo que quiero? O si realmente no quiero lo que no quiero. Son cosas imperceptibles: basta nombrarlas y su sentido desaparece, se disuelve como una medusa al sol.
Escritor (Stalker)

Advierto que los temas de este blog siempre han sido raros. Cuándo los veo en conjunto tengo la impresión de estar viendo un enjambre ilógico y extraviado. Todo es un clamor destemplado. Hay contradicciones notables en todo lo que ha quedado aquí: entre los ritmos y las intenciones, en la consistencia. No sé si alguien que no sepa nada de mí encontrará algo de interés. ¿Es verosímil mostrar tantos fragmentos de ideas opuestas? ¿Qué dirá quien pase de un texto medianamente interesante al siguiente (que no tendrá por cierto nada de lo que prometía el primero)? ¿Y qué pensará cuando llegue al tercero y no atisbe ni una letra del autor de los otros dos?
Cuando estoy en blogs de poesía, en blogs literarios, me lleno la cabeza de ideas en un nivel que se percibe —lo pondré así por ahora— más puro. Admiro la sensación que da leer realmente a sus autores sin que tengan que contarme sus vidas. Hay como una distancia que, dentro de todo, parece preferible por su lucidez.
Cuando leo blogs de tinte anecdótico, admiro la naturalidad de sus locutores, lo entrañable de estas vidas a las que me asomo y donde me encuentro por momentos con reflejos amables —o crueles también, pero siempre una compañía clara— de mi propia vida.
Pero no sabría qué decir de todo esto de aquí. No estoy seguro si lo detesto resueltamente o sólo me avergüenza. Esta escritura tan aburrida es mi violencia, este querer borrarlo todo ahora mismo está de un lado. La aceptación de que no queda sino hablarme por morusas del otro.
Me consuela, aunque quisiera lo contrario, aquello de que un hombre debe contradecirse varias veces al día. ¿Supongo que así es la especie…? Estamos partidos por dentro. Mi razón quiere una cosa, mis sentimientos otra. Como decía el escritor en Stalker: mi conciencia anhela el triunfo del vegetarianismo. Mi inconsciente pide un filete.

La realización de una película es un misterio

Pensando un poco en esas películas densamente enturbiadas por detalles infinitos
donde la pretensión de proceder... ¿novelísticamente...? imita un mundo que,
desde siempre, no es el suyo.

El cine es un arte especialmente difícil de dominar a razón de la multiplicidad de dones ―a veces contradictorios― que exige. Si tantos superinteligentes y muy artistas han fracasado en la puesta en escena es porque no poseían a la vez el espíritu analítico y el espíritu sintético que sólo de mantenerlos alerta simultáneamente permiten desbaratar las innumerables trampas creadas por la fragmentación de un plan de rodaje y el montaje de los films. De hecho, el mayor peligro que corre un director es el de perder el control de su film durante el proceso de realización, y esto es algo que ocurre con más frecuencia de lo que se cree. Cada plano de un film, de una duración de tres a diez segundos, es una información que se da al público. Muchos cineastas dan informaciones vagas y más o menos legibles (...) Ustedes me dirán: "¿Es la claridad una cualidad tan importante?" Es la más importante. Un ejemplo: "Fue entonces cuando Balachov, comprendiendo que había sido engañado por Carradine, fue en busca de Benson para proponerle que tomase contacto con Tolmachef y dividir el botín entre ellos, etc." En muchos films ustedes han escuchado un diálogo de este tipo y durante este parlamento se han sentido perdidos e indiferentes, pues si los autores del film saben muy bien quiénes son Balachov, Carradine, Benson y Tolmachef y a qué cabezas corresponden esos nombres, ustedes no lo saben, incluso si sus rostros se han mostrado ya tres veces; y no lo saben en virtud de esta ley esencial del cine: todo lo que se "dice" en lugar de ser "mostrado" se pierde para el público.
François Truffaut, El cine según Hitchcock.

Al margen de los GEU

En la tarde llama Adrián y me dice: Rodo, por donde yo estoy las nubes se están moviendo bien extraño.
Salgo y veo que es cierto. No soy meteorólogo. Mencioné por allá abajo que estoy con nuevo régimen, dejar de comer datos abstractos y/o no experimentados por un tiempo. Es por eso que me resisto a medio meterme en una jerga sólo para saber de lejos que lo de hoy eran unos queséyocúmulos. Con eso y todo pude advertir que las nubes de esta tarde no eran de algodón farmacéutico. Eran de algodón de azúcar, en pleno deshilache además. Todo muy frágil y efímero. Adrián y su llamada son responsables de las imágenes, se los agradezco con las imágenes mismas, qué diablos más.
Algo que me ha inquietado siempre, si bien en una dimensión vital, es cerciorar tan en primera persona lo que ya otros han dicho: la cámara no sabe lo que hace, pero lo hace mejor que tú. Escribía Bresson, y discúlpenme el síntoma deplorable de andar citando: Lo que ningún ojo humano es capaz de atrapar, lo que ningún lápiz, pincel o pluma es capaz de fijar, tu cámara lo atrapa sin saber qué es y lo fija con la escrupulosa indiferencia de una máquina... Sé que yo no vi las cosas como acabaron resultando en la cámara. El sol me encandilaba y veía puro humo y cabellos. Yo sólo pude pegar los pedazos.
Pero descubro un detalle interesante en la dinámica de grabar algo y editarlo el mismo día: la sensación de que el ejercicio acaba siendo idéntico a coleccionar una piedrita, recoger una hoja a la orilla del camino, guardar algo, conservarlo... Debe ser que acabarlo todo durante el día permite que las imágenes se vuelvan un recuerdo concreto de lo que ha sido hoy, algo que quedará para siempre siendo hoy. Se ha vuelto un objeto. Quedan estos minutos con los colores y la luz que fue. Eso me ha parecido importante siempre.

13. Irregularidad comprobada

Los períodos entregados al trabajo en el sentido tradicional del término suelen ser períodos de grave sequía en la imaginación y el ensueño. Cuando he trabajado me hundo de inmediato en el suspenso, en una irritación completa llena de vueltas atrás. No pienso en nada. No existo desde mí. Sólo funciono.
Dejo de trabajar y ya al día siguiente, la noche siguiente, las ideas vuelven. Basta el silencio. Basta leer cualquier cosa, ver un video, descansar, ceder. Es mi mente (soy yo) otra vez y todo como lo dejara. Tampoco que se me anegue el cerebro de genialidad. Pero vaya, sí dos que tres hierbitas comparadas al desierto en que me convierto cuando me obligo a ser útil un día tras otro.
Me han querido convencer con dos pedazos inconciliables de argumento: hacer lo que te gusta para 'dejar de trabajar' el resto de tu vida; el segundo: trabajar en cualquier cosa menos en lo que te gusta, así no traicionas el ideal humano de lo que nutre tu espíritu cobrando por ello.
Diría mi abuela: vayan al arroyo. Los dos.

noviembre 11, 2013

12. Confiable

No impones. No dices que es lo mejor que has visto / leído / escuchado. No lo incluyes en la mejor lista de listas de la historia. Sólo lo compartes.

11. Pégame por preguntón

Hablar / escribir justificándose todo el tiempo cuando nadie te ha pedido que justifiques nada, es hablar desde el miedo. Vaya si sabré yo de esta modalidad de escritura. Tal vez uno tenga que aceptar por una vez con todo descaro la ingenuidad que se carga y dejar los titubeos cobardes (las tibiezas, los academicismos intelectualoides, las medias tintas...) para más tarde. Para nunca.

noviembre 08, 2013

10. Conocimiento

Resulta conservador pensar en peldaños progresivos: cada escalera con su, por otro lado perfectamente comprensible, escalón No. 1. Nuestro nuevo paradigma de información ubicua y flotante es otra cosa: de súbito estás en el escalón 25 pero no hay ningún otro. No sabes de cuál peldaño vienes ni a cuál puedes ir. Estás en medio de la nada, justo en el escalón 25 y con la luz apagada. En la sobremesa tienes algo interesante para platicar. Qué personalidad magnética la tuya, bagaje cultural amplísimo. Eres el misterio, la esfinge. Erudito, maestro. No sabes lo que estás diciendo, por cierto.

octubre 27, 2013

9. Abyss

Todo está a la mano. Disponible, inmediato.
¿Es una queja hacia lo digital...? ¿Lo es...?

8. Que no pase un día sin una página leer

Eso se lo escuchaba a mi papá. Que en eso quede. Internet, en su cara más visible y superficial, es una puerta abierta a contaminar la raíz del recuerdo y la tradición. Es la tentación por buscar este proverbio y saber que no, que es un antiquísimo refrán árabe o chino. No quiero saberlo. Por favor, por una vez no quiero más información, más datos aislados, inconexos, inútiles.

7. Jactancia

¿De qué? ¿De decir poco, como si fuera templanza, sabiduría…? Cuánto quisiera que cada palabra mía fuera una punzada en la memoria, un algo que calara filoso en los ojos, algo violento que obligara a entornar la mirada. No. Yo no logro ser ése.

octubre 15, 2013

octubre 14, 2013

5. Hiperdesvínculo


Que nada llevara a nada. Que cada palabra se encerrara en la que le precede como muñeca rusa. No se sabría a dónde. De dónde. No habría cita textual ni referencia. Ni ‘véase también’ ni nada de nada. Las relaciones entre las cosas, cualquiera que fuese su intención o modalidad, serían impensables, mal vistas incluso. Todo desconectado. Las palabras estarían sueltas y serían tal vez inútiles. En este ámbito la gente quedaría ciega al principio, teniendo que hacer un esfuerzo enorme por despertar, por escuchar de nuevo, por ver de nuevo verdaderamente.

octubre 12, 2013

4. Deposite aquí su idea

Leo algo. El enunciado que retengo es una rendija de luz. Lo es todo en los confines del día y me basta. Quiero contárselo a todos. Vengo al blog (o abro una libretita, para el caso es lo mismo) y caigo en lo que se demuestra pronto como poco menos que un vulgar remake.


2. Quietud

Entre los muy escasos beneficios de haber estudiado Comunicación está la conciencia clara de que todo enunciado debería tocar un punto B tras ser emitido. No quiero detallar esta opinión ahora. Sólo sé que es preferible pensar así que ajustarse a la gratuidad absoluta del ‘mensaje’ contemporáneo (cosas en la línea de mi cuadro merece estar colgado aquí) donde el enunciado no dirá ya nada porque su punto B le tiene sin cuidado, tiene poco claros sus recursos y competencias: confunde su vanidad con, por decir algo... hermetismo, sutileza, abstracción...
Ponerlo todo tan profundamente en duda lleva a la quietud. Mi quietud resulta de no encontrar tranquilidad entregándome a la crítica grandilocuente (leí / vi / escuché esta joya de cuarteto, pintura, película etc. una barbaridad… lo cubres de elogio o lo sepultas en mierda extremos igualmente deplorables con sabrás tú cuál potestad infalible). Tampoco me siento muy prolijo con la posibilidad de comentar algo encima de algo. Sobre un tema de ______, siempre lo mismo, recalcar lo bien escrito que está el libro de______ pero para beneficio de quién.
No. Cuando consumo algo que me parece bueno, siento que hablar con énfasis al respecto es traicionar su esencia. Me encuentro de pronto haciendo una paráfrasis de escuelita, por muy inspirada que me salga.
No estoy seguro. En general pienso: ¿A quién le interesa esto? ¿Querías impresionar a alguien…, es eso? No hay nadie afuera. O en todo caso: hay cinco millones de personas que son prácticamente como tú, con preocupaciones afines y toda la cosa pero tú no lo sabes. Visiblemente ninguna de estas variantes infinitas de mí mismo (tú mismo) ha demostrado interés real ni factible por establecer contacto conmigo (contigo). Mientras tanto yo sigo razonando tensamente cuál diantre es mi punto B.

¿Dónde está Rodolfito?
"...He was just one Rodolfo among many..."

1. Epígrafe

Lo que sigue es la página 11 de Las raíces del azar de Arthur Koestler.



          Me hizo reír brevemente. Pensé que iba a tono con el proyecto en el que bien podía o no estar hundido hasta el cuello sin saberlo y sin garantías. Y le va bien a cualquier proyecto en mi horizonte, sin ir más lejos. Sé que otros axiomas postulan la brevedad, la sencillez, la claridad como pautas esenciales al hablar de lo que sea. Me acordé de otra línea, esta vez de A. E.* en el prefacio a su Teoría de la Relatividad, excusando su demasiada redundancia: la elegancia dejémosla para los sastres y zapateros.

 * El verdadero A. Einstein. Sé de un farsante por ahí al que le adjudican un número de frases estúpidas aproximadamente infinito.

julio 04, 2013

Apología del gerundio

Robert Bresson

Hace unos días, tomando mientras tomaba café con admirable y conspicua compañía, escuché de pronto una fuerte, qué digo fuerte, inclemente crítica a los gerundios. Casi no entendía la violencia de mis interlocutores hasta que recordé que eran mis amigos y había que perdonarlos. Concedí luego, eso sí, que se trataba de verbos horribles que, sin embargo, he aceptado toda mi vida como imprescindibles, cale esto o no en la preclara consciencia lingüística de mis camaradas, me importa un carajo.
Como siempre que alguien dice algo apasionadamente y uno se descubre de pronto en el bando acusado, guardé silencio. Pensé turbado, los gerundios, los gerundios ¿apoco tienen algo de malo?
Pasé el trago amargo con discreción de espía.
Ya en mi casa, de tarde, cercioré que en medio del vergonzante litigio había aparecido una impresión nueva: no conocer desde un, digamos, estadio lógico, por qué he utilizado las palabras del modo en que lo he hecho hasta ahora. Siempre he sabido, eso sí, qué ritmo quiero que dibujen, qué clase de sonoridades me parecen agradables o de aparente valor musical. Pero nada más. Mi formación académica para la redacción fue siempre deficiente. No sé en dónde aprendí a expresarme por escrito, en la escuela ciertamente no.
Debería decir mejor: no sé dónde no aprendí a expresarme por escrito.
Ignoro, por ejemplo, si en este escapismo he dejado caer alguna figura retórica. No pienso tampoco en qué tiempo conjugo los verbos. O por lo menos no tendría que pensar en nada, esto debería ser lo más natural del mundo. Como ahora, que sólo digo lo que me viene en gana desde la espuma del mundo reciente, las lecturas y músicas de la semana o del mes, mejores todas a las que habitan mi cabeza, eso seguro.
Mi desconocimiento consciente de los gerundios debe estar también en el cine. En mis propios montajes habrá posiblemente una saltadera de eje de aquellas (los gerundios visuales, por lo visto).
Y qué. La intuición es de lo poco que nos queda. Hacer un plan detallado, storyboard, guion, todo eso que otorga jactancia y puntos extras a la profesionalización de la vida en cada maldito rincón que a la gente se le ha ocurrido, quita la emoción de buscar una imagen habiéndola ignorado desde siempre, el riesgo terrible de que nada funcione una vez trabajando en ello. Pero pocas cosas son más bellas ―para mí, al menos― que cuando (y pese haber procedido inconexamente en el mundo profesional) una secuencia de encuadres hasta entonces desconocidos toma su unidad al contacto, cómo sueltan su chispa y se vuelven verdaderos.
¿Será por eso la afinidad tan profunda que siento con Bresson? Él escribió: cuando no sabes lo que haces, y lo que haces es lo mejor, ésa es la inspiración.
O recordar aquello de Godard, diciendo algo así como: 'filmar consiste en superponer pensamiento, filmación y montaje. Si algo escrito ya nos hace reír o llorar, entonces no hay que filmarlo, hay que venderlo en una librería...' Y nosotros tendríamos que suscribir esa idea, filmar no es únicamente llevar a cabo las operaciones técnicas que dan fundamento al cine. Así como escribir no puede ser solamente juntar palabras ni pegar sonidos hacer música.
No puedo evitar a Zaratustra: Harías mejor en decir: «inexpresable y sin nombre es aquello que constituye el tormento y dulzura de mi alma y que es incluso el hambre de mis entrañas» Sea tu virtud demasiado alta para la familiaridad de los hombres (…)­.
No hay que avergonzarse de balbucear cuando el balbuceo es la resistencia. Es ésa la idea que resuena tanto con lo que veo y siento. Se ha puesto en contraste porque hace apenas unos días que tuve el infortunio de intelectualizar los gerundios y ahora me voy cuidando de ellos, cuando nunca en mi vida había tenido que reparar en su existencia.
Lo mismo pasa con la música y el cine (y seguramente con todo): basta poner cuidado en un detalle técnico para que todo se eche a perder para siempre. Porque no está en la técnica lo que busco, y ya.
Valga la anécdota, cuando hice mi servicio social (¿o profesional?) en TV4, grabé muchas veces el material que se me pedía en condiciones deplorables de tiempo y ánimo. Pero sé que nunca me detuve demasiado a razonar qué estaba haciendo, por qué ni para quién, y esto no significa que no pensara, o que no tuviera la sensibilidad despierta.
Cuando, hace unos días se me pidió redactar una semblanza del director Danny Boyle, pude observar, al recabar material, la reiteración en críticas sobre sus ‘demasiados’ ángulos aberrantes; desperté así a mi propia tendencia de plano holandés, al abuso enorme que hice de ellos durante mi servicio social y sin buscarlo. Siento que esta conciencia destruye; evitaré ahora cada paso en falso desde la inteligencia, imitando al hombre en su altivez adaptativa.

Cada metro de terreno que nos gana la conciencia es naturalidad sacrificada. Sólo me gustaría saber sacrificada en honor de qué...





Quizá lo que estoy pretendiendo tan dificultosamente y tan a tientas en mi vida diaria no sea, después de todo, ni hacer cine ni música. Probablemente no sea nada útil en los términos del mundo. Pero, y aquí tendría que citar palabra por palabra «éste es mi bien, esto es lo que yo amo, así me agrada del todo (…)».

            Así me tocó balbucear a mí. Por supuesto que la pasión con que Nietzsche lo dijo todo empieza a perfilarse como algo cada vez más impensable dentro los mundillos posmodernos. Y no puede parecerme más pertinente que así se perfile. Estaré entre los que aplaudan cuando esta pasión les escupa a la cara.

enero 28, 2013

Equidistancia




La dejó en la cama soñando que huiría y salió sin ruidos al corral. Los perros ladraron breves en la penumbra hasta que distinguieron su olor y contorno. Corrieron a lamerle los pies. No podía irse todavía, lo seguirían y temía despertarla. Cruzó la cerca y se adentró en los espinos. Después se dejó resbalar por la tierra suelta hasta el lugar en que había un campo de calizas y nopal asolado. Allí esperó la sed.
Ella le siguió el rastro al amanecer por calles de limo. Había el eco de unos pasos de hombre en la cuesta y las ventanas cegadas de hiedra. Escuchó el clamor de truenos hacia el horizonte y supo que no estaban lejos uno del otro.
Él llegó a la a orilla del río, casi ve frustrada su huida en el légamo miserable. Ya estaba lloviendo cuando inspiró horrorizado y saltó al agua helada sabiendo que le daban alcance. La corriente dispuso su cuerpo contra los muros afilados del lecho y supo que la noche iba a tragárselo completo. Empezó a llenarse de heridas y ambicionó ahogarse. Alcanzó a agarrar una rama y se jaló temblando de ella para treparse por entre las hierbas y salir a la otra orilla. Allá no saben de mí ―quiso confortarse. Hincó las uñas en un peñasco y se tiró vomitando agua por los charcos. Después quedó dormido boca abajo y vio la noche hundida y ocre en la creciente. Lo despertó un tumulto de plantas y ranas desbordadas. Se desnudó y fue a acurrucarse a las raíces de un olmo calcinado tiznada la espalda. Rodó en el pasto y lamió su cuerpo abierto, escupió un poco de sangre y maldijo. El sol no iba a salir ese día, la niebla estaba bien pegada al suelo y ya le había entumecido el pecho y los pies dilacerados. Cogió su abrigo escurriendo y corrió por la pendiente de cardos, perdido y frágil hacia las primeras luces. Se inclinó en la cima y en ella se hartó de tréboles.
Sé que estuviste aquí —dijo ella al asomarse al río—, dejaste embarrada la orilla de huellas y flores muertas. Entonces siguió por el borde opuesto, caminando la vereda aunque más de lo que él la caminara de noche. Anduvo hasta un puente y cruzó temiendo perdida su ventaja en el rodeo. No importa —juró—, cuando te encuentre voy a aplastarte la cara a pedradas. Llegó así a la cumbre para ver lo que él había visto, y lo que vio fue el pueblo encallado con la bruma espesa desprendiéndose de los tejados.
Él había entrado al pueblo al amanecer. No quiso problemas, quiso sentirse escondido y salvo. Durmió en un granero hasta entrada la tarde y del patio de una casa robó una gallina que engulló sin gusto, precariamente cocinada a un fuego pobre. Abandonó la luz de los últimos jacales y entró de nuevo en la maleza. Lo cubrió una segunda lluvia y en vano recorrió senderos buscando el llano. Sólo encontraría pozos y zanjas inundadas. Te estás muriendo ―dijo una voz tras su nuca. ¿Quién habla? —preguntó a la oscuridad que le rodeaba.
Ella pidió seña de él en la cantina, en la parroquia, en las casas que rodeaban la plaza. Alguien tenía que estarlo escondiendo. Nadie sabía nada. Ya te siento cerca —se alentaba. Vio cómo tras su pista quedaba un surco de tierra negra. Lo imaginó lamiendo pedrajos negros, arrancando pedazos de tierra seca. Lo creyó entre las ramas rotas espinado, desvanecido de hambre y sed, untado al lodo, a la perra tierra que le viera nacer. Apenas te encuentre te pego un balazo en la nuca —se consolaba ella.
Para él faltaba poco. Aguardó y la vio entrar a la casa, cayeron tras ella noche y tormenta. Esperaría ahora que se hiciera tarde y la lámpara se extinguiera. Se juntó a la cerca tanteando los huecos y se arrastró hacia el portal. No estaban puestas las trancas. Entró por fin a la casa y caminó a donde la niña dormía. Unos relámpagos iluminaron el cuarto entre el estor de carrizos, llegó con cuidado y se sentó en el catre. Palpó las cobijas y subió por el pecho hasta el vaivén de aliento sobre las manos. Escuchó la niña removerse y sintió miedo. Arrojó las manos sobre el cuello pequeño, el bulto se revolcó violento. Gritaba, tal vez. Temió despertaran en el otro cuarto y apretó más, cansado y ciego de haber ahogado el grito pronto. Pudo apretar todavía, sus manos hundirse en la tráquea de la niña, casi una masa, algo blando y distinto. Se reclinó y quedó un momento sobre ella, llenándose de su frío.
Me dijeron que te vieron flaco y desorientado —sopesó ella—. Será cosa de esperarte, de saber si vendrás. Pero si no vienes voy a seguirte siempre, de todos modos. Él se levantó del catre y entró en la habitación de al lado. Levanto las cobijas y se metió a la cama con ella. Se limpió la sangre de la niña en su vestido, abrazándola contra sí. Ella no se inmutó, dormía profundamente. Y soñaba, acaso. Después amaneció y él supo que tendría que huir.

enero 25, 2013

No. 190, 1967


Me doy cuenta que estoy alejado de las evoluciones estéticas, ya que no puedo hacer absolutamente nada que no sienta profundamente. He tenido la suerte de rodar solamente los proyectos que me interesaban y de hacerlos libremente. Creo que uno está perdido cuando emprende proyectos que no se le parecen, o en todo caso yo lo estaría. Tengo fama de contar películas muy diferentes entre mis gustos, y puedo efectivamente comprender, un poco como Rivette, toda clase de películas y amarlas, películas sin ninguna relación con las que yo deseo hacer; lo que no me gusta son los films de apariencia, detesto profundamente el esnobismo y su hermano gemelo la exageración, y esto vale para 'Modesty Blaise', 'Trans-Europ-Express' pasando por 'Polly Maggoo', 'Anna', 'Help!', 'Pusy Cat', 'Privilège', 'Dragées au Poivre', 'A coeur Joie', los westerns de Mekas, todo lo que da la impresión de estar repleto de ideas cuando no tiene ni una, todo lo que parodia e intenta hacer el astuto, epatar a las gentes con el montaje corto, el zoom y la aceleración. Es éste un cine miserable, porque el director por su intención de mezclar los papeles espera escapar del juicio crítico. Esa actitud se parece a la de los neoyorquinos que compran rollos de papel higiénico en los que se han impreso falsos dólares creyendo demostrar su desprecio por el dinero. En realidad nadie se limpia con verdaderos dólares, por eso es inútil aparentarlo. Compremos papel blanco y contemos nuestras historias normalmente, asumiendo el riesgo de verlas analizadas, desmenuzadas, criticadas. Espero quedar libre de toda esa pseudo-fantasía (…)

Contradicción


Con el bullicio del día finjo que no has sido nada. Lo finjo hasta creerlo. Por la noche bastan el silencio y la luz apagada para que me encuentres de inmediato y no me sueltes hasta bien entrada la madrugada. Si mañana tengo suerte, lograré llenarme la cabeza de cosas obligadamente más apasionantes que tú y me jactaré de haberte olvidado con tanta facilidad.

enero 24, 2013

After aftermaths


Arnold Odermatt


Entre la excusa inservible de lo que un mundo real demanda [lo mucho que éste aleja de intereses espirituales verdaderos y necesarios], y la aridez de leerme y comprobar antiguos textos espejo horrible de algo que yo he sido, de un modo anterior de pensamiento que hiere por ridículo e inaceptable.
  Hace unos minutos resubía una entrada que existió en un blog mío de Wordpress que durante dos meses atendí por motivos lógicos hasta que fue inútil. Si consideré el repost fue por el recuerdo agradable de lo que supuso escribir aquello. Bastó verlo en el marco de Blogger para sentirlo aberrante, desencajado, estúpido.
  No sé a qué punto puede llegar el dolor de tratar con uno mismo, con la inconsistencia profunda de dos tiempos del yo. Ni siquiera sé si es algo común o si tiene sentido que lo diga. Pero veo que lo importante es que no haya cedido a la seducción de ese repost.
        La entrada que ya no publiqué [que tampoco publicaré nunca] tenía algo de encanto humorístico, sí, pero a costa de lo que me pareció una búsqueda deliberada de efecto en el lector. Me desconocí, eso es todo. Y gracias a ello tengo ahora el sustento para esta reflexión, que finalmente es más mía que ese otro texto. Y aunque sea frágil y dubitable como todo lo que escribo, me parece que sale honesta por lo que le abriga reconocerme—, y por la esperanza de suscitar la clase de afinidad que despierta en mí la escritura de otras personas donde lo más evidente es que también ellas quisieron reconocer algo, incluso si ese algo es ajeno a mi experiencia.
Esta confrontación se ha parecido a lo que ocurre cuando se me obliga al consumo de una obra en que la prioridad es el efecto, y donde se respira el miedo de su locutor por ser entendido de un modo que no sea el deliberadamente querido por él, reiterando la forma con escándalo para perfilar una intención hasta la náusea.
  Todo esto matizado por una frase muy bella, para el caso muy agridulce, que me encontré del cineasta Jean Renoir: Lo terrible de este mundo es que todos tienen sus razones. La sorpresa ha sido ver que una razón pueda mutar tan rápido. Y que también por ello la comprensión esté lejos de lograrse verdaderamente en casi todo ámbito.