marzo 05, 2012

Concreción nebulosa


Pronto llega el punto en que uno observa que no basta escribir con claridad, que no basta llanamente ceñirse a la sintaxis, caer en las muy pocas frases con las que ya se ha dicho todo. El lenguaje es lugar común, a excepción quizá de quienes saben de poesía, que lo vuelven no-lugar y por ello les estoy agradecido. Pero qué pasa con estas letras quietas, perpetradas en esta reproductibilidad electrónica que no es demasiado distinta a su versión impresa, la inalterabilidad de esto que se fija para siempre como bit, como píxel, como luz. Desde el momento en que escribí luz, ya no puse cualquiera otra de las palabras que existen, y que pudo incluso encajar muy mal, pero que habría dado una noción mucho más veraz de lo pluridimensional del pensamiento, que por escrito se vuelve mero fotograma de una película que no veremos jamás, porque no hay tal cosa como un proyector del mundo interno. Y si existiera lo que faltaría sería tal vez una pantalla adecuada. Tendríamos una pantalla parcial, un trozo de esa pantalla empieza aquí mismo. Otro esté tal vez en el platillo precario que improvisaré para la cena. Uno más en lo que creo ver entre sombras al fondo de la calle, que me aguarda pero seguiré eludiendo.
En todas las sucesivas encrucijadas que tomé para llegar a conformar este enunciado en la forma que aquí lo entrego… ¿cuántas palabras se perdieron? ¿Cuántos enunciados no serán ya dichos nunca? No sé si me pueda bastar esta ansiedad como elemento axial de todos los textos que llegaré a hacer en la vida, si podré resignarme para siempre a que esto es todo: mi límite personal, lo finito del idioma, y más allá tal vez el vacío. O quizá no, pero no puedo imaginar algo que esté fuera de este continente y que no sea lo imaginable, lo ya intuido desde las palabras y las cosas. Todo lo que he visto o puedo suponer si así lo quiero desde la lógica minúscula del conocimiento humano es lo único que encontraré. Puedo imaginar cualquier objeto ahora mismo, sacarlo de la nada. Puedo devolverlo a la nada de la que vino. Todo existe o se esfuma intermitentemente, todo es inestable y cede.
Altivamente se acepta la creencia de saber lo que quiere decirse. Claro que se sabe: es la idea en su estado original, el pensamiento como entidad contraria a cualquier estado: el estado cuyo horizonte de aniquilación es nada menos que el terreno en que intenta enunciarse. Diría cierto pensador, un círculo cuyo centro está en cualquier sitio y su circunferencia en ninguno. Acepto únicamente lo relativo de estas mismas letras, de estos mismos enunciados que se yerguen temerosos y que no acaban por cuajar en nada. Acepto que escribir es traición: no le hago justicia al sentimiento que antecedía a este texto. Escribir es escoger un camino, uno solo entre todos. No escribir es el absoluto. No escribir es dejar que todo exista. En cuanto toca cualquier superficie, la idea se pierde para siempre, adoptando una, la única forma cristalizada por la que el mundo le conocerá. Qué desperdicio.

3 comentarios:

  1. In girum imus nocte et consumimur igni

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  2. "No escribir es dejar que todo exista." Admirable. Y escribir es añadir a esa existencia una criatura nueva, a veces. Le quedo agradecido y volveré por aquí.

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    1. Más agradecido quedo yo, y honrado por la visita de un creador de estas verdaderas nuevas criaturas, las suyas sí admirables.

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