septiembre 21, 2019

Programa 5


Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato
Segunda temporada 2019
Dirige: Raúl Aquiles Delgado
Interpreta: OSUG

Programa:
1. Pequeña Obertura
Héctor Quintanar

2. Francesca da Rimini, op. 32
Fantasía sinfónica (1876)
Piotr Ilich Tchaikovsky

3. Sideral II (1969)
Héctor Quintanar

4. Sinfonía n.º 1 en Re mayor, op. 25 “Clásica”
Serguéi Prokófiev

Segunda vez que me arriesgo a hablar de música. Salvo que en esta ocasión me siento confiado, optimista, sereno. Se me ocurren varios motivos detrás de esta serenidad (sospechosa en mí): 1) El desconocimiento total de las obras que integraban el programa; 2) La excelencia de las mismas; 3) La orquesta, que ahora se escuchaba segura de lo que hacía. Relajada, feliz; 4) Nadie resultó lastimado, ni siquiera miembros del público con rasgos obsesivo-compulsivos como cierto monito exasperado medianamente conocido para quien esto escribe y que, casualmente, es quien esto escribe.
Se tocaron dos obras de Héctor Quintanar, en línea con el 8º Festival de música Ecos y Sonidos, festival que lleva también, a manera de epígrafe, el nombre del compositor. ¿Qué decir de ellas?
A mí la música contemporánea me gustó siempre. No sé si es algo que tenga que ver con que mi puerta de entrada al cine fue Kubrick, personaje cuya cultura musical me tiene todavía medio encandilado. Gracias un poco a él ―y a su cine―, Ligeti, Bartók, Shostakóvich, Penderecki y Khachaturian fueron personajes tan obvios y naturales en mi vida como para otros pueden ser Mozart y Beethoven.
Mencioné también, en la entrada previa, que escuchar música disonante equivalía, en mi temperamento adolescente, a escuchar heavy metal o algo por el estilo. La estridencia, la ira del compositor, eran rebeldía y declaración de principios.
Claro que también existe la música contemporánea en itálica, ésa que resulta de poner en marcha todas las pequeñas fórmulas detectadas por compositorzuelos y que ocasionan que una música que originalmente fue profunda, hermosa, llena de imaginación, llena del resentimiento de la posguerra, intensa, compleja… haya quedado reducida a puros ruiditos y cositas intelectualoides, poco inspiradas y poco interesantes.
Todo este rollo para decir algo muy importante: la música de Quintanar entra, para mí, en la primera categoría. Junto a Ligeti y a Bartók. Es decir, se salva.
Se salva porque en ella la imaginación sigue siendo un motor poderoso y primordial que hace que la música avance, crezca, llegue a mí (al margen de si llega a alguien más del público o no). Y poco importa si es música que reitera en el timbre. ¡Qué bueno que lo haga! Ya tenemos compositores que han reiterado en la melodía y el ritmo. Pero el timbre sorprende desde su vaguedad y delicadeza. Me fascina no distinguir qué instrumentos están haciendo lo que escucho. Son estambres abigarrados, pero las hebras individuales ya no son distinguibles. Sólo el color nuevo, imposible y extraño. Y tampoco se trata de un mero catálogo de experimentación sonora. Es música: conmovedora y clara.
Otras dos obras de autores grandes. Francesca da Rimini, de Tchaikovsky: una obra brillante que se dejó escuchar con demasiada fluidez. Se diría que casi sin esfuerzo de mi parte. Y que lo tiene todo: es Tchaikovsky; hace lucir a todas las secciones; es música llena de melodías por todas partes; es lo contrario al Bruckner de hace dos semanas: quizá no tan compleja de interpretar, pero sí que lo parece. Es música, además, que da a la orquesta la apariencia de un muchachito ágil, correoso, listo para la batalla, al margen de si realmente la orquesta estará tan en forma o no. Qué importa. Tchaikovsky les permite brindar esa imagen, misma que Bruckner les arrebató con su obrota.
Otra sorpresa realmente grata: una Sinfonía de Prokófiev. Sinfonía mayúsculamente opuesta a la de Brucker (a estas alturas Bruckner ya no siente lo duro sino lo tupido). Una sinfonía con la muy épica y trascendental duración de 14 minutos.
¡Pero qué minutos! No hay insistencia de nada. No hay ahorro de materia sonora. No hay rodeos para llegar a los puntos culminantes. Todo es directo e inmediato. Es una miniatura, sí. Pero la proporción se guarda, justísima y admirable.
Fue un gran concierto, del que salí muy contento y del que, aunque lo intente, jamás me olvidaré.


septiembre 05, 2019

El mal de la muerte

Chagall. Eva maldita por Dios

Título: El hombre sentado en el pasillo | El mal de la muerte.
Autora: Marguerite Duras.
Edición: Fábula. TusQuets Editores.
80 páginas. 19.5 × 12.5 cm.

Marguerite Duras… ¿De dónde me sonaba este nombre? Pero claro: su pluma está detrás de Hiroshima mon amour, sus diálogos, su poética, su misterio, ese filme tan extraño y bello de Alain Resnais ―parte documental, parte laberinto― donde el encuentro fortuito de una francesa y un japonés está lleno de contradicciones, de ternura y crueldad, acaso el único modo posible de atestiguar, de experimentar un amor: en las contradicciones.
En este libro se incluyen dos textos breves. El primero se llama «El hombre sentado en el pasillo». Narra una especie de encuentro sexual de modo muy extraño y abstracto. Pero el lenguaje no fluye. O no sé si lo leí en un estado de cansancio físico acentuado. Las ideas son trabajosas. Son expuestas con una dificultad inquietante, que bien pudiera ser parte de la intención de la autora.
O bien: culpemos a la traducción. El texto original está en francés. ¿Cuánto se perdió en el traslado? Cómo saberlo. Ya se ha dicho en todas partes: la traducción es traición. Nos quedan las ediciones bilingües que, dicho sea de paso, suelen estar bastante caritas. 
El segundo texto, de nombre «El mal de la muerte», se deja leer con una fluidez MUY distinta a la del primero. Sorpresa, sorpresa: es otro el traductor. El primer texto lo traduce Beatriz de Moura. El segundo, José M. G. Holguera.
¿Será este el motivo? ¿Será el material de origen? ¿Será que estaba menos cansado? Será lo que fuere, pero las diferencias se notan una barbaridad. Esta segunda parte se leía sola. Comparto unos fragmentos espléndidos:

Los ojos están siempre cerrados. Se diría que descansa de una fatiga inmemorial. Cuando ella duerme usted se olvida del color de sus ojos.
●  ●  ●
Vuelve usted a la terraza, ante el mar negro. Hay en usted sollozos de los que ignora el porqué. Están retenidos al borde mismo de usted como exteriores a usted, no pueden alcanzarle para ser llorados por usted.
●  ●  ●
Ella se mueve, se le entreabren los ojos. Pregunta: ¿Cuántas noches pagadas aún? Usted dice: Tres.
Ella pregunta: ¿No ha querido nunca a una mujer? Usted dice que no, nunca.
Ella pregunta: ¿No ha deseado nunca a una mujer? Usted dice que no, nunca.
Ella pregunta: ¿Ni una sola vez, ni un instante? Usted dice que no, nunca.
Ella dice: ¿Nunca? ¿Nunca? Usted repite: Nunca.
Ella sonríe, dice: Es raro un muerto.
Y vuelve a empezar: ¿Y mirar a una mujer, no ha mirado nunca a una mujer? Usted dice que no, nunca.
Ella pregunta: ¿Usted qué mira? Usted dice: Todo lo demás.
Ella se despereza, se calla. Sonríe, vuelve a dormirse.

El primer texto es violento. Su erotismo es avanzado. Sólo se me ocurre decir que es un erotismo demasiado «francés». Por ejemplo:

(…) Con gestos apenas perceptibles vuelven a acercarse. Las pieles, los sudores que se tocan, los rostros, la boca de ella reencontrada por él. Permanecen así, trastocados, a la espera. Luego ella dice que desea ser golpeada, dice que en la cara, se lo pide a él, ven. Él lo hace, va, se sienta a su lado y la mira otra vez. Ella dice: Golpeada, con fuerza, como antes en el corazón. Dice que quisiera morir. (…)

Evidentemente que se maneja una idea de encuentro amoroso muy «adulta», por decir lo menos. Pero el efecto es muy conmovedor. Las imágenes son rudas, sí. Pero también muy cristalinas. Humanas. Sinceras. Es como si la autora quisiera escribir sobre un amor en donde ninguna sensación basta. Y, por el tino de las palabras, y pese al ritmo árido de la traducción, no nacen juicios. Nace añoranza de sentir como sienten estos amantes.

El segundo texto es genial y, repito, me ha gustado mucho más que el primero: terso, difuso, nocturno. Se habla de una «mujer de las noches pagadas», una idea un poco arriesgada por su cercanía con la idea de «prostituta». Pero «mujer de las noches pagadas» se connota de un modo bastante más poético y evocador que, queda claro, no quiere ser sinónimo ni eufemismo de «prostituta».
El hombre le pide poder conocerla durante muchos días. Intentar conocerla, acostumbrarse a su cuerpo, a su perfume, a su belleza, a sus peligros. Quizá muchas semanas. Quizá hasta toda la vida. Quiere «probar» amarla.
Y a todo esto la mujer responde que en ese caso será caro. Se me hace maravilloso. Nunca se habla de que esté vendiendo su cuerpo. Sólo dice: en ese caso es caro. ¡Qué atinado! Probar si un amor florecerá o no, siempre sale caro. Triunfar o fracasar, salen caro.
Aquí están los aciertos de la poesía. Marguerite Duras no está haciendo un texto científico (aunque curiosamente estudió Derecho y Matemáticas en París). La poesía dibuja contornos de lo inasible, se acerca a su figura. Tal vez no lo consigue del todo, pero también por ello conserva su hechizo profundo.
En las últimas páginas del libro aparecen unas cuantas anotaciones donde la autora explica cómo le gustaría que el texto fuese adaptado de ser llevado al teatro o al cine. Jamás vi cosa igual en ningún otro libro.