¿Escribiré como hablo? Seguro que sí.
Cuánto me gustaría
decir lo contrario, decir que porque tengo todo el tiempo del mundo para
trabajar mis enunciados, por contar con el recogimiento y el silencio para
librar los errores de la oralidad, lo natural sería escribir mejor de lo que
hablo.
A la vez concedo que
no puede ser justamente así. Lo sé porque he visto el habla
puesta en papel y es la cosa más extraña; cuando cursé las materias de
investigación fenomenológica transcribíamos las entrevistas realizadas con
nuestros informantes.
En medio de esta
desesperante labor fue que me topé en crudo con la imprecisión de la lengua,
con sus vicios, con los callejones sin salida de la palabra hablada. Era la
pluridimensionalidad que tanto le adjudicaba Jesús Ibáñez al discurso en su Más
allá de la sociología, y de la que creo haber dicho algo anteriormente.
El habla ocurre.
Puede serlo todo porque se despliega en vivo y de forma simpodial.
Hasta que se detiene
uno habría fallado una y otra vez en dictaminar el rumbo que tomaría o no el
discurso en cada nodo, en cada pausa o inflexión.
Pongo aquí un ejemplo
textual de mis transcripciones.
RH:
Desde... pues sus datos. De dónde es... de...
MV:
Bueno, yo soy de Guanajuato. Soy de Guanajuato, Guanajuato. Este,
pero pues toda mi vida he estado aquí en, en León, he vivido en León.
Trabajos anteriores he tenido ―bueno―, yo estoy desde del, del setenta y
ocho trabajando para el municipio. Trabajé en dependencias anteriores,
como taller municipal, obras públicas y aquí. Entonces, eh, pues ya, ya
son treinta y tres años para municipio. Alguna otra cosa, no sé tú...
RH:
Pues, pues así, es como platicar la, la trayectoria de, de lo que recuerda
hasta antes de llegar a bomberos...
Lo textual adquiere
una sola dimensión ―la del papel. Fotográfica, fijada y lista para no ser otra
cosa que lo que ya es. Una cosa quieta. Sólo en su lectura (otra actividad
viva, interpretativa) germinaría nuevos discursos acaso homólogamente plurales.
Pero por lo pronto las letras están muertas, sólo tocan su fin siendo leídas.
Ya me estoy yendo por
las ramas (escritura oral). Quería decir otra cosa. La escritura es una
actividad de frecuencia muy irregular en mi vida. Llevo haciéndolo con cierta
preocupación lo últimos cuatro o cinco años. Digo que con preocupación e
infrecuencia no porque así lo quiera, sino porque me resulta increíblemente
difícil lograrlo de modo más o menos satisfactorio. Es difícil querer escribir
lo que a mí me gustaría leer, empalmar mi posibilidad de escritura con esa
imagen, siempre superior, de lectura.
Como sea, puedo ver
cómo han cambiado mis palabras, mi modo de usarlas, la forma que he encontrado
de escribirme a mí en ellas. Empecé claro, por la imitación descarada de los
autores que me agradaban. He pasado luego a la percepción, esperanzada, de un
muy incipiente surgimiento de voz propia, una voz ya medianamente posible.
De lo que me he dado
cuenta es que prefiero platicar con letras. He ido olvidando la pretensión
literaria porque en su búsqueda me he topado siempre con textos acartonados,
llenos de pasajes barrocos e inconducentes. Dejé de buscarme en la suntuosidad
de un léxico trabajado para mejor decir lo que quiero con las primeras palabras
que se me ocurran, las palabras con las que probablemente se lo platicaría a
cualquiera.
Debe ser una etapa,
como todo en la vida. Si algo tengo claro es que la escritura no engaña. La
edad se nos nota facilísimo en las letras. No soy adivino, pero puedo formarme
una imagen bastante acertada de la gente por sus textos, por lo menos en cuanto
a su edad, su carácter e inclinaciones.
Y lo cierto es que en
muchas de sus caras a mi escritura no se le puede maquillar la juventud, la
imprudencia, la volubilidad. No sé si es buen signo darme cuenta de esto: la
certeza de que si pudiera leerme desde fuera sabría que Rodolfo es más joven de
lo que quiere aparentar, o si es un indicio terrible, indicio de que ni yo me
aguanto, que mi insensatez es casi ofensiva de tan evidente.
Ni yo me puedo tomar
en serio. Ni yo puedo escribir lo que quisiera con la solidez que merece. Esto
es una lucha continua y desgastante: conmigo, con lo que sé, con lo que quiero
demostrar que sé, con lo que no quiero ser, con los modelos que identifico y en
los que no quiero caer. Es difícil. No me quejo.
Por ejemplo, esto
está saliendo de una sentada, como suelen empezar las cosas que más o menos han
prefigurado objetos valiosos en mi discurso. Y por decir algo, si justo ahora
me releyera, sé que podría escucharme, lo que siempre es preferible a la afonía
de lo demasiado minucioso. Pero mañana tal vez me relea (me reconstruya) y
encontraré fallas, muchas, todas las fallas posibles, todo lo erróneo hacinado
en un solo texto de Rodolfo. ¿cómo le hizo para equivocarse tanto en tan poco
espacio?
Este es el verdadero
debate: entre mentirme y entrar en el papel de quien escribe y sabe lo que
hace, actuármelo, actuarme la madurez necesaria, el temple, el criterio. O bien
la sinceridad, lo descarnado de aceptar que no es cierto, que no estoy listo.
Escribir como si bocetara los objetos que escucho reverberándome en la tráquea,
definir sus volúmenes implacable. Avergonzarme de ellos, reconocer que me
avergüenzan. Aceptar que salieron de mí y los detesto. Perpetuo estira y
afloja, sólo que de los dos lados de la cuerda estoy yo.
Tal vez un día estaré
contento con lo que escriba. Ciertamente no hoy. Pero sé que si un día empieza
a gustarme lo que escribo, se habrá acabado la lucha, el esfuerzo. Habré
perdido. Hoy me encontraría en mi forma óptima, lo cuál es ridículo, impensable
creer que esté escribiendo desde ahora lo más claro que podré hacerlo en mi
vida. Estaría todo terminado. ¿Qué restaría para alimentar el sueño y el deseo
habiendo alcanzando un tope tan prematuro?
Quizá sea bueno y
necesario que deplore mi voz, que la frontera de lo que es válido y valioso
avance para mi juicio junto con mis días y lo visto y aprendido en ellos. Tal
vez, también, un día crea que todo esto tenía un sentido, que yo tenía que
pensar en estas cosas. Tal vez descubra que era preferible esta boruca, esta
renuncia a jugar el papel del que ya sabe lo que dice tan temprano que
callarme. Lo que sea antes que el silencio.