octubre 27, 2013

9. Abyss

Todo está a la mano. Disponible, inmediato.
¿Es una queja hacia lo digital...? ¿Lo es...?

8. Que no pase un día sin una página leer

Eso se lo escuchaba a mi papá. Que en eso quede. Internet, en su cara más visible y superficial, es una puerta abierta a contaminar la raíz del recuerdo y la tradición. Es la tentación por buscar este proverbio y saber que no, que es un antiquísimo refrán árabe o chino. No quiero saberlo. Por favor, por una vez no quiero más información, más datos aislados, inconexos, inútiles.

7. Jactancia

¿De qué? ¿De decir poco, como si fuera templanza, sabiduría…? Cuánto quisiera que cada palabra mía fuera una punzada en la memoria, un algo que calara filoso en los ojos, algo violento que obligara a entornar la mirada. No. Yo no logro ser ése.

octubre 15, 2013

octubre 14, 2013

5. Hiperdesvínculo


Que nada llevara a nada. Que cada palabra se encerrara en la que le precede como muñeca rusa. No se sabría a dónde. De dónde. No habría cita textual ni referencia. Ni ‘véase también’ ni nada de nada. Las relaciones entre las cosas, cualquiera que fuese su intención o modalidad, serían impensables, mal vistas incluso. Todo desconectado. Las palabras estarían sueltas y serían tal vez inútiles. En este ámbito la gente quedaría ciega al principio, teniendo que hacer un esfuerzo enorme por despertar, por escuchar de nuevo, por ver de nuevo verdaderamente.

octubre 12, 2013

4. Deposite aquí su idea

Leo algo. El enunciado que retengo es una rendija de luz. Lo es todo en los confines del día y me basta. Quiero contárselo a todos. Vengo al blog (o abro una libretita, para el caso es lo mismo) y caigo en lo que se demuestra pronto como poco menos que un vulgar remake.


2. Quietud

Entre los muy escasos beneficios de haber estudiado Comunicación está la conciencia clara de que todo enunciado debería tocar un punto B tras ser emitido. No quiero detallar esta opinión ahora. Sólo sé que es preferible pensar así que ajustarse a la gratuidad absoluta del ‘mensaje’ contemporáneo (cosas en la línea de mi cuadro merece estar colgado aquí) donde el enunciado no dirá ya nada porque su punto B le tiene sin cuidado, tiene poco claros sus recursos y competencias: confunde su vanidad con, por decir algo... hermetismo, sutileza, abstracción...
Ponerlo todo tan profundamente en duda lleva a la quietud. Mi quietud resulta de no encontrar tranquilidad entregándome a la crítica grandilocuente (leí / vi / escuché esta joya de cuarteto, pintura, película etc. una barbaridad… lo cubres de elogio o lo sepultas en mierda extremos igualmente deplorables con sabrás tú cuál potestad infalible). Tampoco me siento muy prolijo con la posibilidad de comentar algo encima de algo. Sobre un tema de ______, siempre lo mismo, recalcar lo bien escrito que está el libro de______ pero para beneficio de quién.
No. Cuando consumo algo que me parece bueno, siento que hablar con énfasis al respecto es traicionar su esencia. Me encuentro de pronto haciendo una paráfrasis de escuelita, por muy inspirada que me salga.
No estoy seguro. En general pienso: ¿A quién le interesa esto? ¿Querías impresionar a alguien…, es eso? No hay nadie afuera. O en todo caso: hay cinco millones de personas que son prácticamente como tú, con preocupaciones afines y toda la cosa pero tú no lo sabes. Visiblemente ninguna de estas variantes infinitas de mí mismo (tú mismo) ha demostrado interés real ni factible por establecer contacto conmigo (contigo). Mientras tanto yo sigo razonando tensamente cuál diantre es mi punto B.

¿Dónde está Rodolfito?
"...He was just one Rodolfo among many..."

1. Epígrafe

Lo que sigue es la página 11 de Las raíces del azar de Arthur Koestler.



          Me hizo reír brevemente. Pensé que iba a tono con el proyecto en el que bien podía o no estar hundido hasta el cuello sin saberlo y sin garantías. Y le va bien a cualquier proyecto en mi horizonte, sin ir más lejos. Sé que otros axiomas postulan la brevedad, la sencillez, la claridad como pautas esenciales al hablar de lo que sea. Me acordé de otra línea, esta vez de A. E.* en el prefacio a su Teoría de la Relatividad, excusando su demasiada redundancia: la elegancia dejémosla para los sastres y zapateros.

 * El verdadero A. Einstein. Sé de un farsante por ahí al que le adjudican un número de frases estúpidas aproximadamente infinito.