agosto 25, 2019

Tarde en el MAHG


1. Monstruo es una exposición del artista Gerardo Montiel Klint. Reflexiona sobre la nostalgia y el exilio. Incluye espejos, rostros tristes, sonido de olas, objetos humanos encontrados en playas desiertas…


El clima de la sala estaba helado. Junto a una foto de gran formato de una mujer llorosa y mojada, estaba uno de los aparatos del aire acondicionado. Hacía que la foto se meciera en un vaivén tenue. Fue entonces como si la mujer de la foto respirara con lentitud. Una impresión muy bella y conmovedora.


Queda confirmada la necesidad de asistir a estas muestras en vivo; no se trata únicamente de la imagen o del objeto retratado: es el formato, la escala, la temperatura del lugar, la luz. Me gustó lo que percibí ante muchos de los objetos; la temática profundamente marítima, gélida, brumosa, desolada. Casi escuchaba el silbato ronco de un barco lejano entre costas de piedra.


2. La invención de la memoria es otra muestra de fotografías, pero antiguas. La mayoría tan antiguas como la invención de la cámara moderna. Son fotografías magníficas donde pueden verse sitios arqueológicos prehispánicos. Pero lo más interesante, para mí, estriba en las condiciones en que estos sitios aparecen: absolutamente invadidos por la hierba, casi devorados por la selva.


Es muy estimulante pensar en estas ciudades abandonadas que tuvieron que ser descubiertas, desenterradas, desmalezadas… a veces, incluso, reconstruidas. Me fascina la idea de que la tierra quería comérselas, desaparecerlas. Y que, sólo por poco, algunos arqueólogos aventureros alcanzaron a encontrarlas y restaurarlas. A tomarse fotos ante ellas, orgullosos, como si fuesen los autores de estos portentos de la arquitectura y el arte indígena.


Incluso con sitios tan característicos como la Pirámide del Sol, de Teotihuacán, puede distinguirse que todo distaba de ser un entorno turístico delineado: la maleza invadía calzadas y palacios por igual.

3. Tradición y nuevas perspectivas en la gráfica guanajuatense fue la exposición en donde más a prisa fui. Quizá porque el museo estaba por cerrar y mi apetito de imágenes ya estaba bastante saciado de las exposiciones anteriores.
Pues nada: numerosos grabados (litografía, xilografía, aguafuerte) de muy alta factura de artistas nacidos o radicados en Guanajuato, como Chávez Morado, Olga Costa, Feliciano Peña o Jesús Gallardo. Además de otros artistas cuyos nombres jamás escuché, como Francisco Patlán.
No está de más mencionar que la curaduría en esta muestra era un poco extraña: espalda contra espalda, conviviendo con muchas de estas obras de genuino valor artístico, había otras “cositas” muy curiosas que, para mí, lo digo con toda la saña posible, caían más en el terreno del diseño. Yo sigo sin comprender del todo esta tendencia por forzar arte y diseño en la misma sala, como si se tratara de un siamés inoperable.
Cuando algo tiene un vago tinte a publicidad, a objeto que desempeña una función casi exclusivamente utilitaria, a ilustración donde lo que prima es color – contorno – técnica, cuando algo sabe a grafismo, a sello, a trama… Pues no sé. Podrá ser que el diseño “sirva” como un vocabulario de figuras para uno que otro artista. Quizá su fundamento notablemente técnico sea también semillero de arte verdadero en etapas posteriores. Pero así como así, no es lo mismo que lo mesmo. Y entonces aquí y allá, entreverados con cuadros de Morado y Jesús Gallardo, había unos papeles que parecían trabajos de plásticas de alguna escuelita de por ahí. Ni modo.

agosto 22, 2019

Por coincidencia


Título original: Przypadek
Autor: Krzysztof Kieślowski
Año: 1987
País: Polonia
Edición: Criterion Collection
123 minutos. Color

Fotografía: Krzysztof Pakulski
Música: Wojciech Kilar
Interpretan: Bogusław Linda, Tadeusz Łomnicki, Zbigniew Zapasiewicz, Marzena Trybała

Esta es una obra dura. Fría. Pesimista. Pesimismo acentuado por unos brevísimos instantes de esperanza que, una vez conocido el desenlace de la película, se tornan amargos. Pero es también una obra brillante, cabe todo el espectro de la vida en ella: la calidez, el terror, el enamoramiento, la ternura maternal; la impotencia del individuo ante una mano política ciega y arbitraria; la emoción de realizar cosas heroicas durante la juventud; la resignación y el dolor por no haberlas realizado.
    No quiero develar el desenlace (impredecible, cruel, seco) por si el lector de estas líneas no ha visto el filme en cuestión y quiere hacerlo. Pero puede leerse esto sin riesgo: la película es un ensayo, el primero de muchos, quizá, sobre un idea a la que todos hemos dedicado alguna reflexión: el momento justo en que nuestra vida cambió por haber tomado un camino en vez de otro. A nivel dramatúrgico, la película lo resuelve con claridad: asistimos a sucesivas y distintas versiones de la trama, dependientes de si el protagonista pierde un tren o alcanza a subirse en él. Así también en la vida, en el diagrama arbóreo de todas nuestras encrucijadas, queda inscrito si seremos ateos o creyentes; médicos o caudillos; rebeldes o conformistas; músicos o comunicólogos...
    El pesimismo al que refiero se deja sentir en el filme por la noción de que el único destino verdadero para todos es, de hecho, uno solo. Un destino no sólo inevitable, sino severo y justo, indiferente a las variables que nuestra voluntad se esfuerza por introducir.
    En el aspecto técnico no hay mucho que subrayar que no pueda adivinarse de Kieślowski: la película es cristalina. Invisible. No llama la atención sobre sí misma o sobre su factura. Es, en ese sentido, una obra maestra, dado que ningún elemento permite ser considerado como cosa aparte, como para tantos gusta hablar de cine: es una porquería, pero la fotografía, pero la música, pero el vestuario, pero la actuación de equis y ye...
    Pude ver el filme en la versión impecable de Criterion Collection, donde el granulado fotoquímico es denso, grueso, suculento. (8/10).