Hay un adjetivo que me gusta mucho en Borges
y que me he apropiado por su puro sonido sin tomar en cuenta las consecuencias
de tan ejemplar falta de respeto. El adjetivo es coalescente, y me
parece bellísimo desde su grafía. Ya se sabrá, cuando yo lo he usado es para
sentir que soy alguien y que soy capaz de decir cosas importantes. En sus
cuentos encontramos de vez en vez este adjetivo. No lo he visto en ningún otro
lado ni encontrado una definición satisfactoria en los diccionarios.
El sustantivo no vale en
Borges ―lo sabemos― como elemento estético. Se vuelve mero portador semántico;
sus sustantivos funcionan porque son útiles a la historia. Pocas veces
conocemos el nombre del protagonista, sabemos antes que se trata de un hombre,
una mujer, un detective, un anticuario, un filólogo.
Pasa otra cosa con los
adjetivos: son escasos y repetitivos. Borges se despoja de ellos en busca del
más completo ascetismo, la desnudez nominativa, como bellamente la
define Rodolfo Borello. Los elude y en cambio reitera el uso de unos cuantos,
"más que calificar la realidad o determinarla, la señalan
abstractamente, o la individualizan pensándola como procesos intelectivos…”
Qué lejano luce aquel momento
de nuestra educación en que aprendíamos que un adjetivo califica al sustantivo.
Redonda se adecuaba en justa medida al sustantivo pelota, suave al
sustantivo flor. La comprensión del lenguaje, por fortuna, sigue una línea
natural, de modo que resulta impensable sugerir una lectura prescolar de Las
Ruinas Circulares a un niño que aprende el sentido de los adjetivos. De este
cuento, me permito añadir su primer párrafo:
“Nadie
lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose
en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre
taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que
están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend
no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. ”
La noche es unánime. No es
oscura ni estrellada, dichos adjetivos no agregan nada nuevo al sustantivo. Retrasa
el ritmo del texto repetir cualidades de la noche que todos perfectamente saben
que tiene. En cambio es unánime: ni una sola discrepancia respecto a que es de
noche. El flanco violento de la montaña: no hace falta un relato meticuloso de
cómo es la orografía de este escenario; basta saber que el flanco es violento
para la certeza de una cuesta escarpada, probablemente intransitable, en piedra
lisa y llena de nieve.
Coalescente: dos burbujas
que al aproximarse no se hacen estallar una a la otra, se unen en un solo
abrazo jabonoso; dos gotitas de mercurio que ruedan una a la otra y se funden
por naturaleza. Con suerte un cuerpo sólido, temporal, existente, reflejado en
el misterio absoluto de los espejos. Creo que la sustancia nueva es la que
divide el mundo real del mundo al revés, el espejo mismo; o más bien lo que
permite que el espejo logre contener los mundos de uno y otro lado, como una
presa, evitando que se mezclen generando un desorden terrible. El espejo como
sustancia de lo que hay en medio. Y entonces no es ni una cosa ni la otra. Creo
que todos aspiraríamos a la comprensión de esta tercera sustancia.
De niño tenía una
fascinación mucho mayor por los espejos. Jugaba insaciablemente en el espejo
triple que había sobre el lavabo del baño en casa de mi abuelita, huyendo de mi
mirada, topándomela inesperadamente, encajándome los ojos en la nuca,
espiándome de reojo, multiplicando mi espacio con su aire y su baño en la
apertura o clausura de un cristal hacia otro, acordeón silente y matemático:
cinco versiones de mí, ocho, diez, veinte, todos los yo posibles, treinta,
imposible seguir contando todas las nuevas esferas que se habían creado,
círculos tan tupidos llenos de espejos y narices asomándose en cada uno y
pestañas espiando por todas partes, una cantidad irracional de parpadeos
simultáneos.
Ignoro si el origen de coalescente estará
en Borges, pero a quién le extrañaría. Borges no era de los que le pedían
permiso al lenguaje de nada. Y es el hecho de no haber visto esta palabra en
otro lado ―sumado a mi corta vida de lectura adulta, es cierto― sumado al no
haber encontrado una definición aceptable lo que me hace sospechar que Borges
tuvo algo que ver en esto.
Haciendo un intento vago, y
probablemente deplorable de filología hogareña, diría que la etimología debe
estar en co- prefijo de quién sabe cuál idioma (unión,
colaboración, compañía); allos, griego para otro,
distinto; y essentia, del latín sustancia, naturaleza,
existencia… resultando en mi comprensión dos sustancias de naturaleza distinta
que se unen (quizá) en la constitución de una tercera que no las anula ni las
suma. Simplemente genera otra cosa. Una (¿alescentia?). Borges la ha utilizado
en triada junto a divergente y paralelo, y sólo por ello supongo su sentido.
Admirable itinerario para una palabra sola. Revelador.
ResponderBorrarExcelente post, compañero.
ResponderBorrarAtte: Juan Ramón.
Qué bueno que le guste y que nos honre con su visita por acá, compañero. Saludos.
Borrar