Hoy escuché por primera vez en
vivo las Variaciones Goldberg. Tras el teclado estaba sentada Zhu Xiao-Mei. El
evento fue parte del Festival Cervantino.
Esto que escribo
ahora no es una reseña ni quiere serlo. Es sólo un comentario sobre lo difícil
que fue para mí estar ahí sentado escuchando una música que aprecio bastante y
que sé de memoria. No me refiero a tocarla —nunca— sino a cómo suena.
A mí papá siempre le
gustó Bach. Eran frecuentes en mi casa sus sonatas de cello y los motetes,
piezas de órgano y la pasión según san Mateo. Entonces Bach sonaba seguido y
pronto pude saber de sus Variaciones, siendo todavía chico. Debo añadir que las
conocí tocadas en guitarra antes que en cualquier otro instrumento y que por
mucho tiempo fueron eso: unas piezas de guitarra enloquecidas, imposibles. Las
tocaba un tal Kurt Rodarmer, y lo que yo imaginaba al ponerme los audífonos era
que la guitarra tenía veinte cuerdas o el intérprete cuatro brazos.
Para mí la sonoridad de la guitarra, cuando rinde para adaptar cómodamente una pieza de piano en su registro y posibilidades, es siempre preferible; añade a muchas obras que en teclado no pasan de mecánicas y percutidas una calidez nueva y agradable. En el piano el sonido es resultado de un golpe. En la guitarra cada nota se aterciopela porque toda pulsación depende de los dedos y la forma en que hacen contacto con las cuerdas. Puro tacto. En ese sentido parecería que hay más responsabilidad por parte del intérprete respecto a la calidad del sonido en una guitarra que en un piano; un gato o un virtuoso hundiendo una tecla producirán más o menos el mismo sonido.
No descarto tampoco
que la razón para pensar de este modo sea que yo de piano no sé nada. De todos
modos veo que esta reflexión encuentra su único sentido hablando del barroco.
No he visto a los románticos, ya no digamos a los impresionistas o a los
contemporáneos transcritos con éxito a la guitarra. En piano suenan muy bien y
tal vez así deban quedarse.
Como sea, en esta
versión de las Goldberg había una ventaja fantástica que a mí como niño debió
resultarme didáctica y estimulante: podía sustraer cualquier línea melódica y
quedarme con ella, seguirla a lo largo de la variación sin que se me perdiera
entre las otras o fluctuara en su intensidad. Seguro que esta virtud tiene su
más grande deuda con el cuidado técnico puesto en la grabación: la obra fue
transcrita minuciosamente para ejecutar primero las líneas del bajo y
ensamblarlas luego con lo demás.
Recuerdo que mi
maestro de música decía ‘no hay Bach fácil’. Y con lo poco que he osado
leer su música e intentado ejecutarla me basta para creerlo. Lo justo sería que
tampoco los pianistas quedaran exentos de este criterio —aunque me gustaría ver
lo que tenga por añadir Laurent Aimard—, Bach debería resultarles inabarcable,
complicadísimo, deberían odiarlo. Siendo el pianista un ser humano, y sobre
todo enfrentándose a una obra que fue pensada para tocarse en dos manuales,
parece natural que algo falle en algún lado, sobre todo cuando el cambio al
manual único de un piano obliga a toda clase de malabares demoníacos y
superposiciones de una mano encima de otra para tocar teclas que a todas luces
ya están ocupadas por otros dedos.
No se le puede dar a
la complejidad del tejido propuesto por Bach la fluidez que merece si el
cerebro anda todo hecho pedazos aquí y allá entre voz y voz. Pensando en las
limitaciones del piano cobra naturalidad que en un Clavecín se evidencie más la
estructura del contrapunto al no permitir matices ni distinciones de
intensidad a la hora de pulsar una tecla y producir el sonido, si bien se queda
con esa cierta esterilidad siempre muy metálica de los cémbalos.
Variación 5
Ya si Rodarmer había podido molestarse en confeccionar dos guitarras de hechura tan estrafalaria con la intervención de un biofísico molecular [imagino que para solucionar el problema de las cuerdas de la guitarra-bajo] y de un refinado luthier, habría sido ridículo que las cosas salieran mal.
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Blanca y Cassandra |
Pero las cosas
salieron muy bien en esta grabación. Cierto que en estricto sentido esta
transcripción es una trampa, pero a mí no me importa. Son las Goldberg de mi
infancia, y la nitidez revelada en cada voz es para mí irremplazable.
Entonces hoy, escuchando
las Variaciones con Xiao-Mei me empecé a tensar una barbaridad. Fue una
ejecución extraordinaria, no puedo negarlo. Rapidísima, vertiginosa. Lo
sospeché desde que atacó con el Aria, mucho más rápida de lo que la tenía
estampada en el recuerdo. Y los adornos, esos adornos del barroco… qué de
cambios se permiten los intérpretes con los trinos y florituras.
Cierto que hubo lugar
a exploraciones que no había yo percibido en ninguna otra versión, imposibles
en la guitarra, efecto tal vez del pedal y donde algunas voces resultaban más
evidentes. Fue interesante, en todo caso, ver lo que esta pianista china tenía
por añadir al ya muy largo discurso enhebrado sobre esta serie de piezas,
particularmente su propuesta con las variaciones de tempo más lento. Pero
cuando la melodía se agitaba había un agolpamiento extraño que me impedía
disfrutar nada. Nada coincidía con las Goldberg de mi memoria ni con la
nitidez total de Rodarmer, ni siquiera con las adoradísimas de Gould. La
rapidez era tal que había desfases perceptibles, reparos, errores. Y la pobre
sudaba a chorros por el esfuerzo desmesurado.
Pensé en una ocasión
que fui con mi mamá al circo. Había trapecistas, ninguna red de seguridad. Mi
mamá, visiblemente alterada, estaba segura que el acróbata caería y dejaría un
tramo sanguinolento de suelo. Yo, siendo más pequeño, sentí natural decirle que
no se preocupara, que bastaba con no mirar. Pues hoy me sentí así: no
quería ver lo que ocurría sobre el teclado, tenía miedo de que la melodía se
cayera al suelo y se desangrara [porque en efecto resbaló muchas veces], sólo
quería que el pasaje terminara, que lo librara lo mejor que pudiera, que dejara
de hacer las cosas tan distintas a las Goldberg de mi recuerdo.
Variación 12, canon a la cuarta
Insistiré, para quienes piensen que pudo tratarse de una ejecución impecable, que conozco bien esta música, la escuché decenas de veces en el pasado y conozco sus consonancias. Xiao-Mei dejó claro que es una excelente pianista, pero eso no impidió que maquillara las para mí siempre seductoras disonancias del barroco y que corriera con rapidez irregular y una acentuación desconcertante por asimétrica sobre casi todas las variaciones.
Y otra cosa. Qué de
ruiditos hacía el público. Acepto que es normal, uno está vivo y muchas
situaciones se desprenden de ese estadio, en cualquier grabación pueden
apreciarse los carraspeos, las toses. Pero esta gente no tenía límites, todo
sonaba demasiado. Casi sentía que el aire se movía y perduraba como una letra
pronunciándose obtusa en mis orejas, una oclusión aborrecible. Cómo habría
deseado poder pegar la oreja al bastidor y eliminar el siseo ininterrumpido de
estas personas que por algún motivo respiraban tan alto. Alguien osó reír no sé
de qué atrás de mí. Alguno más tenía puesto un despertador en el reloj. Los
clics de un montón de cámaras por ahí. Era increíble, ni siquiera yo que estoy
cubierto de tics sentí necesidad de ceder a un comportamiento tan torpe. Pero
eso sí, al acabar el Aria Da Capo todos vieron oportuno aplaudir de pie por
minutos y minutos. Quizá para que le quedara claro a la ejecutante la tan
sonada calidez de los públicos mexicanos y regresara a casa con una buena
anécdota del país.
Me quedo con las de
Rodarmer, fue mucho tiempo de escucharlas.
Valiosísima versión y ofrece una calidez insuperable. La de Gustav Leonhardt me gusta mucho, pero esta de Rodarmer, para mi nueva, me ha sorprendido mucho, nadie dijo nunca como hay que tocar a Bach o incluso cómo hay que oírlo. Dejando aparte a los públicos de los que prefiere uno también pasar página, te diré, Rodolfo, que este texto me parece genial, esta memoria que proviene de las primeras hondas impresiones de la infancia me parecen tan cautivadoras como estas variaciones a guitarras, a las que volveré a buen seguro muchas veces. Un gratísimo saludo, estimado amigo Rodolfo.
ResponderBorrarSalud
No sabía yo de Gustav Leonhardt, pero qué hermosa versión, es verdad. Una claridad completa para cada nota. Ayuda que no vaya corriendo. Siempre hay algo muy satisfactorio en la forma en que suena el clavecín, algo que al menos dentro del barroco para mí no cubre el piano. Le agradezco la visita, Manuel. Y gracias también por el dato de las de Leonhardt. Otro saludo.
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