No puede resultar tan deplorable
confesar las muchas horas que he perdido junto con ciertos otros ―confesar
también las muchas horas que algunos y yo hemos hecho perder a gente inocente—
jugando esta tontería que desde pronto se impregnó de nuestra particular
habilidad para complicar la vida. El juego lo trajo un día Poli. No sé si
porque lo vio en Inglourious Basterds, o qué. Tras una ronda medianamente noble
donde alguno era Santo Tomás y otro Roberto Gómez Bolaños, la idea degeneró con
la rapidez del escalofrío para convertirse en una concatenación horrible de
venganzas mutuas en que las entidades a adivinar dejaron muy pronto de ser
siquiera antropomórficas, y llegando ese mismo día al abismo de tener que
formular líneas como ¿Soy orgánico…?
No miento, oh,
cuando digo que llegué a portar papelitos con las palabras compuesto
fluorocarbonado, cunnilingus, causalidad constante, gato
de Schrödinger y ver asimismo, en una satisfacción maligna, pegadas a
las frentes de mis compañeros palabras como Moleskine, nada, 8:15 p.m.,
hrönir, Eru Ilúvatar, ceugma… Está claro que por principio la idea había
perdido toda posibilidad de afirmar su naturaleza lúdica. Se había convertido
en un ritual maldito, corruptor, depravado.
Lo que vemos en
el video es a Poli persiguiendo cierto término oscuro, esquivo, en definitiva
local. Como es costumbre, Belianís kinoki.
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