abril 05, 2012

Dimensiones del diálogo

No puede resultar tan deplorable confesar las muchas horas que he perdido junto con ciertos otros ―confesar también las muchas horas que algunos y yo hemos hecho perder a gente inocente— jugando esta tontería que desde pronto se impregnó de nuestra particular habilidad para complicar la vida. El juego lo trajo un día Poli. No sé si porque lo vio en Inglourious Basterds, o qué. Tras una ronda medianamente noble donde alguno era Santo Tomás y otro Roberto Gómez Bolaños, la idea degeneró con la rapidez del escalofrío para convertirse en una concatenación horrible de venganzas mutuas en que las entidades a adivinar dejaron muy pronto de ser siquiera antropomórficas, y llegando ese mismo día al abismo de tener que formular líneas como ¿Soy orgánico…?
No miento, oh, cuando digo que llegué a portar papelitos con las palabras  compuesto fluorocarbonadocunnilinguscausalidad constantegato de Schrödinger y ver asimismo, en una satisfacción maligna, pegadas a las frentes de mis compañeros palabras como Moleskine, nada, 8:15 p.m., hrönir, Eru Ilúvatar, ceugma… Está claro que por principio la idea había perdido toda posibilidad de afirmar su naturaleza lúdica. Se había convertido en un ritual maldito, corruptor, depravado.
Lo que vemos en el video es a Poli persiguiendo cierto término oscuro, esquivo, en definitiva local. Como es costumbre, Belianís kinoki.


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