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Esta no es la fotografía que recuerdo |
Lo interesante en este caso —yo
quería decir “llamativo”, pero por el cansancio ya no lo dije— es ver cómo se
retrasa la neurotransmisión y el lenguaje no me llega a las manos. Es alguna
cosa fácilmente experimentable pero de difícil enunciación. No olvidaré jamás
cierta foto del Cabo de Hornos, tenebrosa, una bruma densísima. Verdaderamente
el fin del mundo. Sería excelente que alguien tocara el cuarteto de Messiaen en
la cima del Cabo de Hornos, …pour le fin des temps. Felicidades a
los chinos. Felicidades en verdad. Después se vuelve nítido y muy extraño
comprobar la forma en que las cosas fluctúan. Hoy, por ejemplo, es sumamente
difícil articular cualquier idea. Difícil hablar de cualquier cosa. Hay estados
límite para todo. Comentar algo en este punto no tendrá mayor sentido del que
tendría comentarlo después, a no ser por dos detalles interesantes que para
cualquiera que intuya la clase de cosas que suelo decir, entenderá que son
bastante obvias. Tenemos jazz. El jazz integra toda forma musical colindante y
la vuelve mejor. Esa es la primera. Es difícil definir el jazz, sobre todo
porque sus límites (sus umbrales) están en la propia destreza técnica de sus
músicos. Esa es la segunda. Fin. En la línea de a quienes sí conozco
me topé nuevamente con Paté de Fuá, mezcla extraña de argentinos y mexicanos. Y
a decir verdad, con un enfoque mucho más propenso al tango que al jazz. Lo
agradable con esta bandita es la sencillez. Lo que tienen de jazz es en un
estilo muy de cabaret, quizá no tan rasposo como en las dimensiones propuestas
por Tom Waits. Muy swing (aunque no tan Armstrong), muy gypsy (nunca
suficientemente Django). Y aquí cabe mencionar un detalle importante: no son
virtuosos; dominan decentemente sus instrumentos y son dignos representantes de
su música. Pero tampoco hacen solos la mitad de largos e
impresionantes que Charlie Parker. De todos modos aquí se abre la pauta para
una discusión en que el agumento central sea que el virtuosismo no lo es todo. Mucho
antes estará —siempre— la pasión, la persona. Muchos compositores de académica
contemporánea han topado eventualmente en esta idea y la han aplicado
majestuosamente, digamos Gorecki, Arvo Pärt. Un poco Pilip
Glass, Meredith Monk. Y en
definitiva también algunos exponentes de Rock Alternativo. Además
el virtuosismo cansa tarde o temprano, que me diga alguien lo contrario después
de dos horas de Paganini o de King Crimson. Cuando no está la pretensión de un solo virtuoso
la calidad recae en los elementos esenciales, en este caso la melodía, la
armonía, el ritmo. Suelen ser mucho más ingeniosas las armonías en la música
‘sencilla’, quién lo habría dicho. Qué maravilloso lo que decía (tal vez) Dizzy
Gillespie: en jazz las notas que se tocan son tan importantes como las que se
dejan de tocar, es lo que da coherencia —o no— a un discurso musical. El jazz
como discurso. Cualquier lenguaje, entonces, como discurso, con pausas,
interrupciones, eufonía a partir de la ausencia de sonido. Una continua
negación. Lo mismo que ya se habrá dicho en otro lado, con tres libritos puede
cubrirse el espectro básico para hablar de jazz y teorizar más o menos lo que
puede pasar (o lo que suele pasar) con un músico de jazz. Las dudas, los
temores frecuentes. Hay poco que no haya pasado ya. Creo que era André Gide
quien decía algo como ‘ya todo está dicho, el problema es que como todo lo
olvidan, hay que empezar siempre de nuevo…’ O a lo mejor no.
En esta ocasión
(que pese a lo que pudiera creerse sigue siendo la misma ocasión) me decanto
por lo de siempre: algo que no conozco pero que me gustaría conocer en algún
punto. Lo que antecede es una suerte de limbo tumultuoso y desolado. El
pasaje se torna árido cuando las ideas se van, y las ideas se van cuando
son como pájaros que ya no tienen plantas que las enreden y las retengan. O
cuando está ya todo seco, y no queda polen qué libar. Nunca había sido tan
complicado esbozar un párrafo. Es por ello mismo que puedo excederlo, porque
ahora estoy exhausto y vengo amanecido. Es fatal ver clarear el cielo después
de una noche en la que se espera poder dormir en algún punto, excepto que tal
punto no se produce jamás. Me siento un poco como en Fear & Loathing, un
período considerable en alerta y todo perdura así, alerta desde siempre. No es
la falta de descanso en una cama lo que afecta, sino el percibir que hacia
adelante en el tiempo nos espera algo que no quisiéramos. En el horizonte
temporal asoman comúnmente trabajos imbéciles, el deber, el tener qué. Así sean actividades sin el menor sentido
estorban en la conciencia y enturbian la calma del ánimo, o del espíritu, si se
quiere. Y creo que esto es lo mejor de que he sido capaz en términos de
argumentación en muchas muchas líneas; turbado por el oleaje de lo futuro,
aunque lo contemple a salvo desde la arena. No entiendo cómo una mente puede
siquiera estructurar cualquiera de estas oraciones, aparentemente ostentan
buena sintaxis. Buena prosodia, dirían otros. No sale uno de los de siempre,
‘Thelonious Monk’. Y en general es lo de siempre. No puedo creer que haya un
Festival Internacional de Jazz y Blues en este planeta y a estas alturas. Es
inverosímil. Máxime cuando un 50% del total de reseñas periodísticas no
son sobre conciertos ni festivales. El encuentro fue en san Miguel de
Allende, lo cual, dada mi falta de voluntad y criterio, puedo decir que está
muy bien en vez de ponerme a pensar en las posibles razones que podría tener
para no estar bien. Cosas de sonámbulos ―o de suicidas— o de las dos como
Arthur Koestler. Recuerdo no haber
terminado jamás de ver el bueno, el malo y el feo, en la videoteca
del fórum te corrían llanamente después de pasadas las dos horas. De películas
recientes de Eastwood ninguna me ha convencido lo suficiente como para
considerarlo en ningún rubro de nada. Su indiferencia ‘característica’, su
interpretación absolutamente perfecta de sí mismo ni cansa ni maravilla. Como
director es demasiado profesional para mi gusto. No sabía que tenía un hijo
—puede que tenga más— y mucho menos sabía que ese hijo era músico. En cierto
titular decía que este hijo intenta escapar de la ‘gran sombra’ de su padre. No
obstante, se refieren a él como ‘el hijo de Clint Eastwood’ antes que como Kyle
Eastwood. Vaya a saber a quién le importe.
Según la doctrina del eterno retorno, cualquier lapso, bucle o loop interceptado en el infinito, serviría como célula madre del destino, capaz de multiplicarse en ser único. Esa unicidad del jazz que a veces va un poco dando tumbos ( lo sé bien porque soy saxofonista). Creo que hay que hacer el esfuerzo dar unidad al caos. Así nos desembarazamos al mismo tiempo de ese tiempo perdido en trabajos imbéciles. Salud.
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