![]() |
In Absentia, Regina Silveira |
Entré al bachillerato y sentí que
iba siendo por primera vez en la vida consciente de las cosas. Todo lo de antes
no valía: la primaria, el kínder… qué de tonterías; había sido una pérdida de
tiempo, un puro regar aquel algodoncito con semillas esperando germinara, pero
sin lograr que se pronunciara mientras tanto a favor o en contra de nada. Larga
maduración. Necesaria, pero vacía de recuerdos o experiencia. O así me lo
parecía.
Y ya digo, entrando
al bachillerato, qué nitidez había en las cosas. Me sentía redescubrir todo.
Definir con palabras bien puestas en el cuaderno lo que hasta entonces me había
supuesto la vida, no sólo ya escenario y situación obligada, no ya la anécdota,
el sueño largo de refrigerios y memoria de pez. Ahora lo tenía todo en las
manos, lo volvía lenguaje, lo apretaba contra mi cuerpo. Era mío.
Creo que hasta
entonces no percibí verdaderamente, por ejemplo, que había un mundial de
futbol. Que había juegos olímpicos. Releí las novelas de mi infancia a la luz
de una claridad, creía yo, nueva y aguda. Minuciosa. Resumí finalmente que
nunca había puesto atención a nada, que a partir de entonces empezaba una etapa
indiscutible en la que recién entregaría mis sentidos de lleno a lo que se
presentara.
Entrando a la carrera
tuve otro vuelco de conciencia. Fue —pensé entonces— de tal intensidad que todo
lo anterior lucía ridículo y superficial. ¿Cuál conciencia? No: ahora sí que la
tenía. Ahora escribía y me daba cuenta de cómo lo hacía. Veía películas y
sentía que hasta el momento mi criterio no había arrojado sobre ellas ninguna
conclusión de valor, leía y era siempre la primera vez. Estaba tan al tanto de
mis limitaciones intelectivas, me veía a tal punto entregado a lo que me
parecía una concepción madura sobre mi situación, me hacía un juicio tan
ecuánime de las cosas, que no podía sino estar llegando a la conciencia. Pasado
ese punto no habría más. Sólo ahora empiezo a ser consciente, ahora y
nunca antes.
Salí luego de la
carrera. Y a medida que las cosas se distienden y superan mi horizonte, más me
resigno a aceptar que no sé de ellas. En esta concatenación
conciencia-inconciencia el eslabón lógico sería decir que ahora sí sé algo, que
ahora soy, concluyentemente, consciente de mi conciencia. Pero qué gran necedad
sería. Después de tantos sucesivos desengaños, de estas inmersiones imprevistas
en rumbos por lo visto cada vez más autoconscientes ¿qué cabría presumir sin
sonar efímero y vulgar? Nada. Qué arrogancia a esta altura no entender que a
las cosas les divierte escapar y borrar su rastro. Lo más humilde, lo más
acertado, es aceptar que estas grandes conciencias, ampliaciones de las que les
antecedieron, serán siempre pequeñas y risibles respecto a sus sucesoras. O
será así hasta que la entropía las devore a todas juntas, como sea.
Creo que la más
grande conciencia de la que puedo hablar hoy es esta: Lo que empieza a encajar
en una figura es transitorio. Mañana no será así. Que vengan otros a decir que
saben cosas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario