agosto 27, 2012

Mi lejanía se erizó de pirámides

Fotografía Rodolfo Hurtado

Soñaba que había una despedida multitudinaria en un cuarto prolijamente alumbrado. El cuarto me recordaba, todavía no veo la razón, al espacio en que se reuniría un grupo de compulsivos anónimos.
Ella se levantaba y se acercaba al estrado. Su discurso lo decía con todas las lágrimas posibles en la cara y la voz. Decía que nos amaba a todos.
Encontré extraña su efusión, pero deshice su pobre sustancia en la certeza de que no era nada.
Con la certeza llegó también una inquietud: nunca dijo amarme en el pasado. Ahora resultaba que también de pronto yo era amado, y lo decía como si cualquier cosa.
Pero entendí que ese amor era sólo concebible confundiéndome yo entre los demás. Nunca sólo para mí ni por mi causa. Me sentí entonces por debajo incluso de los objetos de la estancia. Una cosa sola entre la infinidad de lo tocado por el ágape inabarcable de esta mujer ya desconocida, lejos de su cara ya.
Me pareció idiota. Si todos íbamos a ser inflamados por igual, qué idéntico sería que nadie en el cuarto fuera amado por nadie. Yo no soy magnánimo, no lo amo todo.
Caminó hacia mí, no llevaba palabras con ella. Me pasó una mano por el rostro y fue justo como aquello: la sombra en mis ojos.
Con su fragancia hubo lugar a un segundo momento en que las imágenes se agolparon turbias, y ahora mismo probaré que carecían de todo interés:
Caminaba por los techos de un templo antiguo. Llegado a la cúpula y de pie ante sus bordes, me pareció natural admitir que más que una cúpula era una oquedad luminosa. Olvidado de equilibrio podía caer y hundirme en ella sin esfuerzo.
Sus paredes estaban cubiertas de frescos y turquesas fueron pintura fracturada. La concavidad se llenaba de agua y sentí ganas de nadarla, de buscar la altura insolada de su arco. Resbalé por las dovelas hasta la linterna, que se rasgó débilmente al recibirme .
Pronto fueron las piedras canastilla de un trabajoso aerostato en que el globo era la bóveda misma. Volé toda la noche con el cielo bajo los pies, las calles torcidas a mi cabeza. El globo era de loza fría y no había luz en las plazas. Tardé tanto en despertarme. Me agobiaba una sed burlona.

1 comentario:

  1. Bien sabrá usted de mi afán por el tema de los sueños, en especial esos que son así, de esos que dejan una remembranza real, me agrada la descripción del sentimiento y el contexto que se describe.

    ResponderBorrar