noviembre 02, 2014

Con la voz de siempre



Mis recuerdos sobre el día de muertos son en general muy confusos y pienso que guardan una relación demasiado tangencial con el festejo original. Recuerdo, por ejemplo, una tarde en que mi mamá nos ayudó a mis primos y a mí a grabar un cuento de terror en un casete (qué raro que hayamos dicho siempre cassette pudiendo decir cinta o algo más fácil).
Y no recuerdo de qué trataba el cuento, pero sí recuerdo, en cambio, que usábamos máscaras de Drácula y de Frankenstein mientras actuábamos la historia... colmillos de plástico, parches en el ojo, pelucas, cosas de esas. Mi mamá se encargaba de los fondos incidentales con una amalgama a decir verdad bastante depravada que igual podía incluir Tocata y fuga en re menor que los pasos sinuosos de Thriller. Esa era la idea general, sobre todo en términos infantiles de juego y convivencia.

Recuerdo hacer alfeñiques en la escuela, comerme el azúcar glas a puños, pensar que en definitiva los alfeñiques no eran tan geniales como decían. Recuerdo cooperar con mis compañeros para la construcción de montón de altares. Había suficiente decoro en la disposición de sus elementos, ahora puedo verlo. Durante la primaria las maestras diseñaban unos tapetes de aserrín bastante interesantes y ambiciosos. Cruzaban el patio a todo lo largo y podían verse completos desde el segundo piso. No soy condescendiente al decir que no le pedían nada a ningún vitral.

Anoche tocamos Les Antiliques en un cuarto negro alumbrado apenas por unas veladoras. Veladoras de altar. Yo me sentía melancólico por decir lo menos. Hacía mucho frío y la guitarra se me desafinaba una barbaridad. Tocamos mal. Pensé que los días de muertos, en general, habían tocado ya el fondo del sinsentido en su inercia folclórica de postal.

Mi mamá le dio cosas a mi tía para que armara una ofrenda múltiple en su casa. Cosas de mi papá, entre ellas: las conchitas de medicina, sus lentes, un disco de Serrat, otro de Óscar Chávez, una foto. Creo que por única vez, de súbito, el sentido de esta famosa Ofrenda se me reveló y me dio cierta clase de paz. Hasta entonces hacerle altares a Cantinflas, a Marcel Marceau, a Pedro Infante, a las muertas de Juárez…, me había dado verdaderamente lo mismo. Ahora la cuestión pareció distinta y más intensa. Las cosas de mi papá eran como una síntesis de mi papá. Un resumen bien hecho de cómo era y cómo hablaba. Había incienso quemándose en algún lado, el olor y la luz eran agradables. Yo qué sé, el recuerdo fue vivo y discreto. No era una cosa fúnebre, estereotípica. Sino una vital, pacífica, entera. Pero creo que fue porque pude pensar en algunas cosas geniales que mi papá escuchaba: la Liturgia Eslava, los Chalchaleros, unos conciertos de Mozart para flauta y arpa.

Pensé en algo que dijo Carlos Flores sobre el mármol: la elección del artista por uno u otro material porta ya su ambición de permanencia, su estilo, su modo de escritura. El mármol es una piedra dura. Para mí, entonces, la música que me legó mi papá es también su vínculo terreno y definitivo, duro y durable, con el que me facilita tachar el misticismo falaz de lo que la religión organiza en torno a la muerte y que siempre me da una flojera rabiosa de aquellas. En fin, que esta ofrenda, la síntesis, la música, me permitieron entrañar, en lugar de extrañar con rosarios y cancioncitas. Por lo menos así fue ayer.

La canción de arriba la compuso Manuel M. Ponce. La cantan Tehua y
Óscar Chávez.  Me entusiasma la idea de que alguien la pudiera volver jazz.



2 comentarios:

  1. Sórdida inercia velada por la inmensa tristeza del crimen institucionalizado, que se ha llevado por delante a los estudiantes de Ayotzinapa. Aunque estos recuerdos de infancia, guardan muy bien el aroma sincero de la vida sin adjetivos, que es lo contrario de la falacia y el misticismo en el que andamos de una u otra forma todos nadando como podemos. Un abrazo, Roberto, siempre un placer y una enseñanza nueva leerte.

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    1. Es sórdido, Manuel, y de todas formas eso es decir muy poco. México es un territorio a todas luces demasiado grande. Los matices, las gradaciones de la sombra y la podredumbre que lo cruzan superan increíblemente su propio descontrol en cada ocasión. Lo que a mí me inquieta es que, incluso quienes demandan las ideas correctas, parece que las demandaran del modo incorrecto. Es decir, con más violencia, con agitaciones discontinuas y sin fundamento.

      Le escuché a un lingüista hace poco: la política es una camisa que te quedó bien cuando fuiste niño. Ahora que creciste quisieras seguirla usando, pero de vez en cuando no puedes evitar que haya botonazos, porque aprieta y lastima. Pronto tendríamos que llegar a la claridad de que esta camisa hay que tirarla, como el pedazo inservible de tela que es.

      Agradezco siempre tu presencia, Manuel. Un abrazo.

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