Hablar de
películas es siempre un fracaso, pero hay que intentarlo. Un esfuerzo aunque
sea para fijar las cosas mientras se dejen. Vi esta
película de Frank Capra anoche. No voy a extenderme. Sólo quiero recordar aquí
que me llamaron la atención dos cosas:
1. La
penumbra complicadísima a la que se animó el fotógrafo. Un virtuoso con la
cámara y la luz y fin del asunto.
2. La
modernidad de la relación descrita.
Para mí
ayudan a esta impresión de actualidad —a falta de otra
palabra— dos cosas, principalmente.
Una es la
técnica.
El
desenfado con que la cámara sigue la acción dándole aire y permiso a los
personajes para que de ellos (en ellos) florezca el misterio y la seducción. Es la
transparencia del montaje, pienso, la que deja que sintamos junto con los
protagonistas el peligro absurdo de este romance que además de todo no sólo es claramente imposible sino —y también tal vez por eso— flagrantemente cinematográfico.
Pero
bueno, pusimos la película y acabamos metidos en este atentado contra la
verosimilitud, qué le vamos a hacer —y ya desde el título: pasó (bastó) una noche…
Pero
en cine calcar una realidad factual no equivale ni a relieve ni a verdad. Estos dos atributos los construye más bien el tiempo real, el de afuera. El tiempo del espectador,
quiero decir. O por lo menos así lo percibo yo. Y creo que es porque el tiempo de la película se prolonga hacia (ocurre dentro) la mente y la mente nutre después de otro tiempo y otros detalles a la
noche de la película.
La otra cosa que hace que la película se sienta contemporánea son los actores.
No
sé nada de ellos. Sé que Clark Gable actuó en Gone with the Wind,
pero eso es igual que saber nada. De la actriz, Claudette Colbert, de ella sí
que no sé nada de nada.
En
fin, que lo hacen muy bien. Incluso cuando las actuaciones son todavía muy
mudas (esto puede comprobarse quitando el sonido y fijándose en la
grandilocuencia de las manos y las cejas). Pero no hay solemnidad impostada, no
hay sentimientos fáciles. Como decían por ahí: niente baci… niente di
niente. Y con todo y eso la naturaleza de lo que ocurre es
profundamente erógena. Quizá porque la tensión, como con todo lo demás, se
construye y se queda en la imaginación.
Leí en
IMDb que la pareja de actores pasó un mal rato durante las escasas cuatro
semanas que duró la filmación. Colbert se la pasó quejándose de esto y lo otro
e incluso dijo que era la peor película para la que había actuado. Gable se hizo el
enfermo un rato para demorar la producción nada más porque sí. Después los dos ganaron
sendos Oscar por su trabajo. Por supuesto esto no añade nada a la película, pero
ahora, a ochenta años de su realización, uno agradece que de estas niñerías no quede prácticamente ni rastro en pantalla.
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