septiembre 05, 2019

El mal de la muerte

Chagall. Eva maldita por Dios

Título: El hombre sentado en el pasillo | El mal de la muerte.
Autora: Marguerite Duras.
Edición: Fábula. TusQuets Editores.
80 páginas. 19.5 × 12.5 cm.

Marguerite Duras… ¿De dónde me sonaba este nombre? Pero claro: su pluma está detrás de Hiroshima mon amour, sus diálogos, su poética, su misterio, ese filme tan extraño y bello de Alain Resnais ―parte documental, parte laberinto― donde el encuentro fortuito de una francesa y un japonés está lleno de contradicciones, de ternura y crueldad, acaso el único modo posible de atestiguar, de experimentar un amor: en las contradicciones.
En este libro se incluyen dos textos breves. El primero se llama «El hombre sentado en el pasillo». Narra una especie de encuentro sexual de modo muy extraño y abstracto. Pero el lenguaje no fluye. O no sé si lo leí en un estado de cansancio físico acentuado. Las ideas son trabajosas. Son expuestas con una dificultad inquietante, que bien pudiera ser parte de la intención de la autora.
O bien: culpemos a la traducción. El texto original está en francés. ¿Cuánto se perdió en el traslado? Cómo saberlo. Ya se ha dicho en todas partes: la traducción es traición. Nos quedan las ediciones bilingües que, dicho sea de paso, suelen estar bastante caritas. 
El segundo texto, de nombre «El mal de la muerte», se deja leer con una fluidez MUY distinta a la del primero. Sorpresa, sorpresa: es otro el traductor. El primer texto lo traduce Beatriz de Moura. El segundo, José M. G. Holguera.
¿Será este el motivo? ¿Será el material de origen? ¿Será que estaba menos cansado? Será lo que fuere, pero las diferencias se notan una barbaridad. Esta segunda parte se leía sola. Comparto unos fragmentos espléndidos:

Los ojos están siempre cerrados. Se diría que descansa de una fatiga inmemorial. Cuando ella duerme usted se olvida del color de sus ojos.
●  ●  ●
Vuelve usted a la terraza, ante el mar negro. Hay en usted sollozos de los que ignora el porqué. Están retenidos al borde mismo de usted como exteriores a usted, no pueden alcanzarle para ser llorados por usted.
●  ●  ●
Ella se mueve, se le entreabren los ojos. Pregunta: ¿Cuántas noches pagadas aún? Usted dice: Tres.
Ella pregunta: ¿No ha querido nunca a una mujer? Usted dice que no, nunca.
Ella pregunta: ¿No ha deseado nunca a una mujer? Usted dice que no, nunca.
Ella pregunta: ¿Ni una sola vez, ni un instante? Usted dice que no, nunca.
Ella dice: ¿Nunca? ¿Nunca? Usted repite: Nunca.
Ella sonríe, dice: Es raro un muerto.
Y vuelve a empezar: ¿Y mirar a una mujer, no ha mirado nunca a una mujer? Usted dice que no, nunca.
Ella pregunta: ¿Usted qué mira? Usted dice: Todo lo demás.
Ella se despereza, se calla. Sonríe, vuelve a dormirse.

El primer texto es violento. Su erotismo es avanzado. Sólo se me ocurre decir que es un erotismo demasiado «francés». Por ejemplo:

(…) Con gestos apenas perceptibles vuelven a acercarse. Las pieles, los sudores que se tocan, los rostros, la boca de ella reencontrada por él. Permanecen así, trastocados, a la espera. Luego ella dice que desea ser golpeada, dice que en la cara, se lo pide a él, ven. Él lo hace, va, se sienta a su lado y la mira otra vez. Ella dice: Golpeada, con fuerza, como antes en el corazón. Dice que quisiera morir. (…)

Evidentemente que se maneja una idea de encuentro amoroso muy «adulta», por decir lo menos. Pero el efecto es muy conmovedor. Las imágenes son rudas, sí. Pero también muy cristalinas. Humanas. Sinceras. Es como si la autora quisiera escribir sobre un amor en donde ninguna sensación basta. Y, por el tino de las palabras, y pese al ritmo árido de la traducción, no nacen juicios. Nace añoranza de sentir como sienten estos amantes.

El segundo texto es genial y, repito, me ha gustado mucho más que el primero: terso, difuso, nocturno. Se habla de una «mujer de las noches pagadas», una idea un poco arriesgada por su cercanía con la idea de «prostituta». Pero «mujer de las noches pagadas» se connota de un modo bastante más poético y evocador que, queda claro, no quiere ser sinónimo ni eufemismo de «prostituta».
El hombre le pide poder conocerla durante muchos días. Intentar conocerla, acostumbrarse a su cuerpo, a su perfume, a su belleza, a sus peligros. Quizá muchas semanas. Quizá hasta toda la vida. Quiere «probar» amarla.
Y a todo esto la mujer responde que en ese caso será caro. Se me hace maravilloso. Nunca se habla de que esté vendiendo su cuerpo. Sólo dice: en ese caso es caro. ¡Qué atinado! Probar si un amor florecerá o no, siempre sale caro. Triunfar o fracasar, salen caro.
Aquí están los aciertos de la poesía. Marguerite Duras no está haciendo un texto científico (aunque curiosamente estudió Derecho y Matemáticas en París). La poesía dibuja contornos de lo inasible, se acerca a su figura. Tal vez no lo consigue del todo, pero también por ello conserva su hechizo profundo.
En las últimas páginas del libro aparecen unas cuantas anotaciones donde la autora explica cómo le gustaría que el texto fuese adaptado de ser llevado al teatro o al cine. Jamás vi cosa igual en ningún otro libro.

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