agosto 25, 2012

Parábola

Está claro para mí que toda insinuación de nuevo rumbo lleva en sí una especie de tensa responsabilidad por tantear el terreno rápido, por desenvolverse en él con la soltura con que se haría en cualquier otro sitio, por acoplarse al frenetismo y salir bien librado. Estos rumbos no dejan titubear. No puedo detenerme a pensar en nada. No me conviene exponer mis debilidades, no puedo ceder a la poesía o a la reflexión. Lo más deseable es ser limpio y perfecto, preferiblemente sin contenido y tapizado de imágenes.
Y no sé, creo que digo esto porque es frecuente, cada vez más, toparme con sitios asépticos muy lindos y muy vacíos, cubiertos de formas vibrantes y seductoras donde ante todo me siento abrumado y triste de encontrar a tan pocos que se conmuevan por lo que yo considero importante, aparentemente muchos más los que dejan que las cosas tiendan automáticamente a ese exhibicionismo rampante de mierda —bien enseñado y aprendido en las redes sociales— del donaire introspectivo, de la grandeza autodeclarada.
Ya es muy tarde para desear que las cosas no sean como están siendo, tarde para querer que no todo sea tan cuidado, tan gratuito. Hay una predilección horrible por abrazar el plástico que, me parece, va a perdurar; es mucho lo que se arrodilla ante mí, lo que me ruega que acepte su belleza. Y yo se lo concedo: bellísimo y muerto. Es la higiene de lo irreflexivo, el vértigo de la nada.
No sé bien por qué he pensado así. Creo que porque ahora terminé la carrera y todo es obligadamente distinto, con disculpa del cliché. De primera impresión parece que todo ocurre sin decidirse a avanzar en ningún sentido. Es como si no pudiera sumar dos actos míos para suponerles un resultado. No importa lo que haga o en qué forma, no hay ritmos ni razones: hay consideraciones agudas, estatismo de pesadilla, cálculos envenenados. Y todo funciona muy bien y es altamente profesional.
Creo que me estoy dando la oportunidad de encajar en una serie de conductas que considero despreciables, como el sistema laboral, con la sola esperanza de desencantarme de ellas con algún fundamento.
Pero hoy he sentido una brecha muy grave tras de mí, se quiere parecer al abismo digital que algunos admiten entre mi generación y la anterior (sé que no hay tal). Brevemente percibí una presión rara, una cierta coerción que salía de todo lo que estaba haciendo frente a la computadora. Sentí que a toda la gestión heurística de aparatos y tecnología, que a todo el proyecto social del nuevo mundo yo le era totalmente innecesario. Sentí que nada en los engranajes de lo que supone una vida correctamente garantizada me iba a esperar. El nuevo rumbo es esto, un rumbo donde ya se esboza que es el humano quien va teniendo la culpa de no entender, de no estar preparado. Sus creaciones le superan y le dominan. No más intuición, no más explicaciones. La obra se empezó a adelantar, a cernirse como una jaula sobre nosotros, quedamos todos magníficamente imbéciles y atrapados, vacíos de voluntad. Enhorabuena.

7 comentarios:

  1. "cuando veo a la ventana, observo esa gran ciudad, me gusta pensar que fui hecho para ser parte de algo, que es como una gran maquina, la cual no puede funcionar si le falta hasta la más mínima pieza"

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Tu comentario más optimista hasta ahora. Pero sí, puede que hasta estos malos tiempos jueguen su papel en alguna clase de resultado glorioso que desconocemos.

      Borrar
  2. Hace mucho más tiempo que el ser vivo hizo del adn sólo su sostén. Hace mucho también que la tecnología hizo del ser humano sólo su sostén. Y la palabra, primera gran tecnología del ser social, aprendió antes que el individuo la poca necesidad que tenía de nada.
    Un saludo, y bienvenido a estos tiempos interesantes.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Agradezco mucho su visita, Abraham. Confío en que la tecnología deje de ocuparnos y que nosotros volvamos a ocupar un poco la palabra. En sus textos veo que es válido guardar ese optimismo. Igualmente un saludo.

      Borrar
  3. Honda y descarnada verdad, querido amigo, la que ciernes sobre nuestras cabezas todas: que en la vorágine de esta atmósfera virtual, aparentemente educada y culta, sobreviven las mismas miserias de siempre. Quiero asir la idea, distinta y clara, de una comunicación a través de la red, donde ese estatismo vacío y profesional de la imagen y la palabra muera para favorecer el nacimiento de la reflexión común, y el vértigo de la nada ceda ante la evidencia de los tiempos; coercitivos y liberadores.

    Este texto vale para mí su peso en desterrada vanidad, Don Belianís,es un apólogo muy valioso.

    Salud

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. No abandono la esperanza tampoco, Manuel, sólo partía del indicio igualmente claro de lo que nos ha tocado por hegemónico y que preocupa por su demasiada sonrisa. Aunque, es cierto, cabe imaginar y desear que todo esto lleve a una forma otra de tender puentes, una comunicación genuina en red. Creo que yo mismo me olvidaría de todo esto si no creyera un poco en ese escenario. Un saludo.

      Borrar
  4. La clave está en la demasiada sonrisa, Don Belianís, con que la estupidez humana, como apuntó Carlo Maria Cipolla, soborna lo poco que nos quede de íntegros, y se lleva de fiesta la comunicación a los arrabales de la sentencia demagógica o a los parlamentos de administración de la muerte. Imagino un escenario distinto, precisamente por la validez de las voces que van uniéndose aquí. Dónde si no.

    Un saludo muy cordial, mi buen amigo.

    ResponderBorrar